martes, abril 23, 2024
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Y María cogió su fusil: las 5.000 milicianas que marcharon al frente para defender la República

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Mujeres milicianas.

Laura Jurado

Mallorca — 

“Todo aquello que sabemos de la guerra lo conocemos por la voz masculina. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones masculinas. De las palabras masculinas. Las mujeres mientras tanto guardan silencio”, escribía Svetlana Aleksiévich en La guerra no tiene rostro de mujer. La Premio Nobel de Literatura se refería al cerca de un millón de mujeres que combatió con el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial pero, en realidad, la situación se repite en todo el mundo. El proyecto Mujeres en Guerra –liderado por el historiador Gonzalo Berger– rescata ahora la memoria de las que lucharon en la Guerra Civil española y cuya historia ha sido silenciada durante décadas. Una investigación que ya ha recuperado 5.224 nombres; entre ellos, los de 148 milicianas que participaron en la Batalla de Mallorca.

Dentro de una fosa común en la playa: desenterrar antes de que lleguen los turistasDentro de una fosa común en la playa: desenterrar antes de que lleguen los turistas

Esta especie de arqueología de la memoria histórica comenzó en 2015. Para entonces, Berger estaba inmerso en la escritura de la que sería su tesis doctoral, Les milícies antifeixistes de Catalunya. Pero cada vez que su investigación daba un paso, no dejaba de encontrar más y más nombres femeninos formando parte de esas milicias. “Pese a que nunca se reivindicó su figura y los referentes siempre fueron masculinos”, destaca. Para cuando su tesis vio la luz ya en 2017, había conseguido documentar la presencia de 500 milicianas.

Pronto se dio cuenta de que aquello era solo el principio. Su trabajo se orientó entonces a rescatar precisamente a esas mujeres de las que nadie –y mucho menos los libros de texto– había hablado. Una misión que inició con la escritora y cineasta Tània Balló y que ya ha fructificado en dos estudios: Les combatents Milicianas. El último paso ha sido la creación de un museo virtual –con el apoyo de la Direcció General de Memòria Històrica de Catalunya– bautizado como Mujeres en guerra, en el que vuelcan unos resultados que no dejan de crecer: su lista de mujeres documentadas ya va por los 5.224 nombres.

“Nuestra intención era destacar la participación, el papel y las implicaciones que tuvo que las mujeres participaran en unidades militares en la guerra. Algo que era absolutamente rompedor porque se trataba de un mundo reservado a la masculinidad”, explica. Un mundo, añade, en el que se las había “obviado y prácticamente invisibilizado”.

Rompiendo el mito de la miliciana

“En la historiografía previa se habían construido mitos sobre que la mayoría de estas combatientes eran anarquistas, prostitutas, que eran muy jóvenes o que simplemente habían acabado en la guerra siguiendo a sus novios y maridos”, señala Berger. Los datos recabados hasta el momento desmontan esos estereotipos: apenas el 30% estaban dentro del anarquismo –había comunistas, socialistas, libertarias, etc.–, había mujeres casadas pero también solteras y viudas, y un 70% tenían entre 21 y 30 años. “Es la misma media de edad que existió entre los hombres, lo cual también acaba con la creencia de que no tenían una idea política clara o de que no participaron como una decisión voluntaria y personal”, añade el historiador.

En la historiografía previa se habían construido mitos sobre que la mayoría de estas combatientes eran anarquistas, prostitutas, que eran muy jóvenes o que simplemente habían acabado en la guerra siguiendo a sus novios y maridos

Gonzalo Berger — Historiador

Ni sus profesiones ni su origen fueron tampoco comunes sino que, asegura, existió un perfil “muy transversal”: entre las milicianas hubo camareras, modistas, cigarreras y amas de casa; pero también médicos, funcionarias y periodistas. “Tampoco todas se limitaron a ser enfermeras durante la guerra como se ha querido hacer creer. Hubo mujeres que llegaron a ser tenientes o incluso capitanas, como la valenciana Encarnación Hernández”, explica.

Madrid y Barcelona se convirtieron en los dos “grandes centros de reclutamiento” que, subraya, formaron parte de la “defensa firme de la República”. En la capital acabaron todas aquellas mujeres que decidieron ir al frente y que procedían de Andalucía, Castilla y Extremadura. En Barcelona se reunieron no sólo las procedentes de toda Catalunya, sino también de Aragón y Balears.

“En estas dos ciudades, además, las mujeres participaron de forma natural en los primeros enfrentamientos. Ellas deciden ir al frente no sólo para defender la República, sino también para demostrar que ellas podían luchar”, afirma Berger. Entre sus compañeros masculinos aquello fue bien recibido inicialmente. “Ellas eran uno más”, señala. La situación cambió a medida que avanzó la guerra y se generó cierto “rechazo” entre los hombres hacia sus compañeras. “Algo que vemos muy claro en los mandos de las milicias”, asegura.

No todas se limitaron a ser enfermeras durante la guerra como se ha querido hacer creer. Hubo mujeres que llegaron a ser tenientes o capitanas. Deciden ir al frente no sólo para defender la República, sino también para demostrar que podían luchar

Gonzalo Berger — Historiador

Las 148 de la Batalla de Mallorca

Precisamente de ese centro de reclutamiento que fue Catalunya, fue desde donde el 16 de agosto de 1936 salió una gran expedición militar que desembarcó en el Llevant mallorquín para intentar recuperar la isla, ya en manos de las fuerzas sublevadas. El episodio fue como la Batalla de Mallorca o el Desembarco de Bayo: una misión liderada por el comandante Alberto Bayo que trajo a la isla a unos 4.000 combatientes. Lo que siguió fueron casi veinte días de combates, disparos, víctimas y un reembarque a toda prisa que dejó a muchos combatientes en tierra. Y tanto entre los muertos como entre quienes sobrevivieron hubo mujeres.

De las 5.224 combatientes que el proyecto Mujeres en Guerra ha documentado hasta ahora, 148 participaron en la Batalla de Mallorca. La mayoría de ellas –124– habían nacido o residían en Catalunya, una en la Comunidad Valenciana y cuatro habían llegado de Francia e Inglaterra, aunque sus países de origen alcanzaban también Canadá y Polonia. Las 18 restantes eran originarias de Balears, e incluso once de ellas habían nacido en las Islas: las mallorquinas Antònia Alcal y Antònia Garcés; las ibicencas Maria Costa y Maria Ferrer; las menorquinas Maria Díaz, Catalina Gomila; así como Maria Guasch, María Ramón, Antonia Ramis, Sebastiana Riera y Catalina Guasch, de quienes no se ha podido determinar la isla de origen.

Las víctimas femeninas del Desembarco

“Todas ellas formaron parte de las 17 columnas de milicianos que lucharon en Mallorca entre agosto y septiembre de 1936. Y, de hecho, seis de ellas murieron durante la expedición, todas ellas catalanas”, explica Berger. Ninguna pudo ser avisada a tiempo del fracaso de la operación y, cuando despertaron el 3 de septiembre, sus compañeros ya habían partido de regreso a Catalunya después de dejarlas en tierra.

Ninguna combatiente pudo ser avisada a tiempo del fracaso del Desembarco de Bayo y, cuando despertaron el 3 de septiembre, sus compañeros ya habían partido de regreso a Catalunya después de dejarlas en tierra

Cinco de ellas se hicieron tan conocidas que se las llamó simplemente ‘las milicianas de Bayo’: Teresa Bellera, María García, las hermanas Daría y Mercè Buixadé y una quinta de la que se desconoce el nombre y que fue autora del Diari d’una miliciana, que narraba precisamente aquellos días de caos y lucha. Fue publicado en un semanario Arriba pero nunca se ha encontrado el manuscrito original. El relato sirvió de base para el documental Milicianas dirigido por Tània Balló y el manacorí Jaume Miró.

Las cinco fueron detenidas junto a otros muchos milicianos y llevadas hasta Manacor. Allí, según explicaba el historiador Manuel Aguilera –a partir de una investigación de Antoni Tugores–, fueron “exhibidas como un trofeo” frente a la Escuela Graduada de Palma, donde se les hizo la única fotografía que se conserva de ellas. Tugores añade que fueron violadas, interrogadas e incluso se las quiso hacer pasar por prostitutas antes de acabar fusiladas. El pasado mes de marzo durante la tercera fase de excavaciones del Plan de Fosas y Memoria Democrática del anterior Govern se localizaron en el cementerio manacorí de Son Coletes los restos de tres mujeres que se cree que podrían pertenecer precisamente a estas milicianas. La confirmación oficial sigue pendiente de  los análisis de ADN.

Cinco milicianas fueron detenidas y “exhibidas como un trofeo” frente a la Escuela Graduada de Palma. Fueron violadas, interrogadas e incluso se las quiso hacer pasar por prostitutas antes de acabar fusiladas

La sexta miliciana que falleció durante aquel desembarco fue Amalia Lobato. A diferencia de sus compañeras, no fue fusilada, sino que sufrió una herida de bala el 20 de agosto durante los combates en Son Carrió. Amalia –que tenía sólo 22 años– consiguió ser evacuada a un hospital de Ciutadella (Menorca), donde, sin embargo, acabó muriendo el día 23. Sus restos se encuentran en el cementerio de la ciudad menorquina.

Historias silenciadas

Uno de los grandes logros de Mujeres en Guerra es el de revelar historias que han permanecido ocultas durante muchas décadas, incluso por voluntad de las propias combatientes. “Ellas silenciaron ese pasado totalmente: ocultaron la represión que habían sufrido, pero también el papel que habían tenido durante la guerra. Se hizo un silencio enorme que duró cuarenta años. Muchos nietos han descubierto la verdad ya de mayores”, asegura la periodista Margalida Capellà, autora de Dones republicanes. Capellà entrevistó a 112 mujeres que habían sufrido la persecución e incluso la cárcel en Mallorca y comprobó que el terror seguía presente. “Todas tenían miedo, algunas no quisieron contarme su historia y otras lo hicieron después de cerrar con llave la puerta de la calle”, recuerda.

“Son bastante frecuentes los casos de negación y los de mujeres que ocultaron el rol que habían tenido a sus propias familias. En parte por el estigma del momento, por el silencio que se impuso durante el franquismo, pero también porque habían vivido una derrota doble: la de la guerra y la de género”, coincide Berger.

Muchas mujeres ocultaron a sus familias el rol que habían tenido. En parte por el estigma del momento, por el silencio que se impuso durante el franquismo, pero también porque habían vivido una derrota doble: la de la guerra y la de género

Gonzalo Berger — Historiador

Uno de los que descubrió la historia de su abuela gracias a esta investigación fue Aureli Vázquez, nieto de Maria Costa. Fue durante sus vacaciones de verano de 2022. “Había comprado el libro de Les combatents cuando, de repente, al llegar al último capítulo hablaba de dos mujeres de Eivissa que habían ido al frente. Una de ellas se llamaba María Costa, como mi abuela”, recuerda.

Aureli y Gonzalo Berger se cruzaron varias llamadas y diversos documentos hasta confirmar que, efectivamente, aquélla era su abuela. “Yo sabía que tenía un pasado anarcoide y que había estado vinculada a la FAI, pero no que había ido al frente. Fue una sorpresa, no nos imaginábamos ni de lejos tener una abuela miliciana”, explica.

Yo sabía que tenía un pasado anarcoide y que había estado vinculada a la FAI, pero no que había ido al frente. Fue una sorpresa, no nos imaginábamos ni de lejos tener una abuela miliciana

Aureli Vázquez — Nieto de la miliciana Maria Costa

Costa tenía sólo 17 años cuando se escapó de casa con su amiga Maria Ferrer para ir a la guerra. Consiguieron enrolarse en la columna de combatientes del Sindicato de Transporte Marítimo de la CNT que formaba parte de la expedición balear del Desembarco de Bayo. Llegaron a Mallorca el 16 de agosto y fueron de las que consiguieron alcanzar Catalunya después del fracaso. “Sabemos que a ambas sus familias las reclamaron para que volvieran, pero como tenían la edad legal para estar fuera, nadie pudo obligarlas a regresar”, afirma Aureli. De hecho, ninguna de las dos volvió nunca a Eivissa.

Maria Ferrer fue luego destinada al frente de Aragón y murió poco después. Pese a que no se ha confirmado la causa de su muerte, diversas fuentes recuperadas por el historiador Manuel Aguilera sostienen que se suicidó. Lo cierto es que, durante muchos años, cada 14 de abril alguien dejaba unas flores sobre una lápida ubicada en la iglesia de Igriés (Huesca) en la que se lee “A la memoria de Maria Ferrer Palau. Recuerdo de su compañero Manuel Montes”. 

María Costa sí sobrevivió a la Guerra Civil. “Sabemos que en 1937 y 1938 estaba aún en Barcelona, pero acabó junto a otros españoles en el campo de refugiados de Liévin (Francia). Hacia 1941 consiguió volver a Barcelona y, no sabemos muy bien cómo, pero rehizo su vida”, relata su nieto. Para Aureli, la única explicación de que tanto María como su marido no sufrieran represión por su participación en la Guerra de vuelta a España sólo puede explicarse porque alguien les ayudó y apadrinó. “Y de ahí, supongo, el hecho de no haber dicho nunca una palabra ni siquiera a sus hijos de que habían estado en el frente: para no comprometer a quien les había apadrinado, pero también por la propia supervivencia de la familia”, plantea.

De la Guerra a la miseria

Otra de las milicianas, Antònia Alcal, natural de Pollença, tenía 47 años cuando en julio de 1936 se embarcó junto a su hijastro y su nuera en la expedición mallorquina que tenía que participar en la Olimpiada Popular que iba a celebrarse en Barcelona entre el 19 y el 26 de julio. El golpe de Estado del día 17 y el estallido de la Guerra Civil hicieron no sólo que la Olimpiada se cancelase, sino que el barco en el que viajaba Antònia no pudiera desembarcar durante días. “Cuando por fin consiguieron bajar, se vieron atrapados en Catalunya. En plena guerra era imposible que el barco volviera a Mallorca. No sabemos muy bien cómo, Antònia decidió volver a la isla, pero como miliciana armada y voluntaria de las milicias antifascistas”, explica la investigadora Marina Llobera.

De su tiempo en el frente se sabe poco: Antònia –que estaba afiliada al Partido Socialista Unificado de Catalunya– llegó a Mallorca como parte de la Columna Comandante Cabrera y sobrevivió a la Guerra. Fue esa supervivencia la que la hizo asistir horrorizada a todas las muertes de su familia. A su hermano Dionís le encontraron asesinado el 14 de noviembre de 1936 a las puertas del cementerio de Calvià, en cuya fosa común se cree que fue enterrado. Luego vino los fallecimientos de su marido y su hijastro, que había llegado a exiliarse a Rusia.

“Sabemos que volvió a Mallorca, pero no cuándo. Intentó que la acogiera su familia de Pollença, pero parece que no fue así. Acabó sola y en la miseria y fue a parar al hospicio de las Hermanitas de los Pobres de Palma, donde murió”, repasa Marina. Un periplo vital en el que tampoco habló a nadie de su pasado como miliciana. “Que no tuviera familiares directos ha hecho que durante mucho tiempo no se haya sabido nada de su historia. Sin embargo, el silenciamiento y el miedo también fueron un factor importante por esa intención de protegerse a ellos y a los suyos y de pasar desapercibidos”, asegura la investigadora.