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La última concejala de Tres Ríos terminó su mandato hace 70 años. La profesora Alva Coutinho perteneció al primer pleno del Ayuntamiento de esta ciudad del interior de Río de Janeiro, cercana a Petrópolis, tradicional lugar de descanso de los emperadores de Brasil. Desde entonces todos los concejales y alcaldes han sido varones, como reflejan las fotos en blanco y negro de los pasillos del Consistorio. Pero hace un par de semanas los vecinos impulsaron una pequeña revolución porque en las recientes comicios locales eligieron a cuatro mujeres entre los 15 concejales. Las efusivas felicitaciones con las que las protagonistas son recibidas el lunes en la calle dan idea del calibre de un cambio que a ellas mismas las ha dejado atónitas. Y exultantes. Bia Bogossian, periodista y emprendedora de 23 años, convirtió ese hecho histórico —70 años sin ninguna concejala— en uno de los ejes de su campaña. Y, visto el resultado, dio en el clavo.

Tras un primer intento fracasado a los 19 años, se preparó a conciencia, incluidos cursos en Londres y Barcelona. La recompensa fueron 1.097 votos que la convierten en la concejala más votada de este municipio de 82.000 vecinos. Bogossian confiaba en su triunfo, explica, pero temía ser la única. Y resulta que cuando el 1 de enero tome posesión tendrá a su lado a Ana Clara Araujo, una asistente social negra de 25 años, a la activista animalista Ana Carolina Junqueira (35) y a la empresaria Jacqueline Costa (52).

El de Tres Ríos no era un caso tan atípico. Uno de cada cinco consistorios de Brasil es gestionado exclusivamente por varones. Por eso el desembarco femenino es un acontecimiento histórico en esta ciudad conservadora, de pasado cafetalero e instalada en un nudo ferroviario. Como recuerda Bogossian, entre los fundadores de la ciudad destaca una mujer. La condesa do Rio Novo legó sus tierras a sus esclavos tras disponer que fueran libres a su muerte a finales del XIX.

Pero el espectacular avance aquí no es un reflejo fiel de cómo quedó Brasil tras la primera vuelta de las municipales, el pasado día 15, en las que el electorado castigó al presidente Jair Bolsonaro y premió a la derecha de toda la vida. El incremento nacional de concejalas fue tímido, del 13% al 16%. “A este ritmo, solo tendremos paridad entre hombres y mujeres en los ayuntamientos dentro de 56 años”, advirtió un demógrafo.

El llamativo aumento de concejalas transexuales (con 30 elegidas) y negras en las capitales eclipsa en buena medida lo que en realidad es un lento avance de las mujeres en la política brasileña. “Todo aumento debe ser celebrado. Pero el principal cambio es cualitativo. Cámaras que no tenían ninguna mujer, eligieron mujeres; otras que no tenían negras, eligieron negras y salieron muchas trans. Eso demuestra que hay un cambio en el electorado, que elige representantes más parecidos a la población”, afirma la politóloga Hannah Maruci.

Aumento leve y desde un umbral bajo. Si se compara con el poder municipal que las mujeres ostentan en el resto del mundo, Brasil está un punto por debajo de Afganistán, según el índice Poder de las Mujeres del Council of Foreign Relations. Aunque dio el derecho al voto a las mujeres en 1932, en dos ocasiones eligió a una presidenta y existen cuotas de género (que no se cumplen), ellas rondan el 15% en todos los niveles, de los ayuntamientos al Congreso.

Los principales culpables son los partidos, según coinciden los expertos. La resistencia de los hombres blancos que dominan las formaciones políticas propicia que la progresión sea a paso de tortuga. Ni las cuotas vigentes desde hace 30 años pueden con ellos. Las burlan sistemáticamente con todo tipo de triquiñuelas incluidas candidaturas fraudulentas. Las más obvias, cuando ni la candidata vota por sí misma.

“En términos cuantitativos, esperábamos un avance mayor en vista de que existe una cuota del 30%”, dice Maruci, que destaca: “Algunas incluso logran salir elegidas a pesar de los partidos”. La politóloga pertenece a La Tienda de las Candidatas, un colectivo de voluntarias que en esta campaña ha formado a diez mujeres y que aspira a quebrar el machismo sistémico de los partidos. Dos de ellas han salido elegidas pese a que sus partidos no pusieron un duro en ellas. Ninguno es inocente. Ni siquiera el que más electas tiene, el izquierdista Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Thais Ferreira, de 32 años, una activista en salud de la mujer amadrinada por esa iniciativa, ha logrado ser elegida en Río capital tras financiarse la campaña con un crowdfunding. Es la única concejala negra del PSOL en la ciudad.

De vuelta a Tres Ríos, la juventud jovial de Bogossian, enfundada en una camisola de color violeta sufragista y unos vaqueros con enormes agujeros, contrasta con los sobrios retratos de los hombres que han dirigido los destinos de la ciudad en las últimas siete décadas. Entre ellos, un tatarabuelo suyo que presidió el pleno municipal de 1947, el de la pionera Coutinho.

Bogossian está enganchada a la política local desde la adolescencia, adoraba acudir a los plenos. “Era una cría y venía más que algunos concejales, ¡fíjese qué locura!”, dice en la pequeña sala presidida por un enorme crucifijo. Bajo el atril del orador, una biblia abierta.

Cuando se le pregunta por qué eligió colocar la histórica ausencia de mujeres en el centro de su campaña, la milenial da primero la respuesta de manual. “Por una cuestión de representatividad”, arranca para contar luego el miedo que pasaba su padre si ella asistía a los plenos porque eran tarde, estaba oscuro, quedaba lejos. Lo típico. Y entonces surge la respuesta espontánea: “Somos el 52% de la población de Tres Ríos, y ¡no tener ninguna concejala!”. Le resulta anacrónico. La revolución local obedece, explica, “a que los mileniales estamos más concienciados en general, crecen tanto la izquierda como la derecha”. La mitad de la nueva corporación son novatos.

Esta mujer que se define de centro-izquierda insiste en que no quiere ser de una sola bandera. La reactivación económica y la sostenibilidad son también prioritarias. Explica que el próximo alcalde va a tener que gestionar “un gran regalo” a la ciudadanía en forma de royalties del petróleo. “La fiscalización va a ser clave”, advierte. También pretende que el Ayuntamiento alcance la neutralidad de carbono, como quiso hacer con su campaña electoral. Ahora busca tiempo para plantar 107 árboles que compensen sus emisiones de CO2.

Tras posar para las fotos (la cuarta concejala no acude porque está enferma) la activista Junqueira sale pitando para comisaría “porque un vecino ha ahorcado a un perro”, dice. Cuenta que “antes intentó envenenarlo, era un pitbull”.

La prioridad de Araujo, la asistente social, van a ser en cambio sus vecinos, a los que ve sumidos en una crisis de identidad colectiva: “Las mujeres no se ven como mujeres, los negros no se ven como negros y los pobres no se ven como pobres. Hay pobres que votan por personas que perpetúan la desigualdad. Voto a este porque es amigo, vecino, me pone un tope en la puerta o corta un árbol delante de casa. La política aquí se considera ayuda, no hay debate ideológico”, se lamenta. Ambiciona cambiarlo.

Bogossian renunció a la financiación pública para su campaña, que pagaron tres donantes. El principal, su padre. Es alumna de los movimientos de renovación política que han proliferado en Brasil al calor del descontento popular con la política tradicional y la corrupción que sacó al Partido de los Trabajadores del poder y encumbró al presidente Jair Bolsonaro. Financiados con donaciones de particulares, hacen procesos de selección multitudinarios en los que eligen candidatos de todo el espectro político a los que dan formación sobre cómo construir su discurso, su equipo o su programa. La joven concejala de Tres Ríos retomará las clases (online) los próximos días. El temario incluye, entre otros asuntos, cómo seleccionar a los tres asesores que le corresponden, una cuestión que levanta enormes suspicacias entre los veteranos del Ayuntamiento, que intentan que desista. Toda la vida se ha hecho a dedo. Pero ella insiste en examinarlos y aplicar cuotas. “Necesitamos buena política, ni nueva, ni vieja”, dice asomándose ilusionada a una de las grandes brechas de la política brasileña.

El jubilado Joaquín Pereira, de 81 años, es uno de esos brasileños extremadamente desencantados con la política, tanto que mientras se toma un café en el shopping responde abiertamente que “habría que acabar con ese negocio de las elecciones”. Sí, algo ha oído de que han elegido a unas concejalas. “Va a mejorar porque ya hubo muchos hombres y no hicieron nada. Solo saben robar”, brama.

A pocos pasos, la señora María Mariano Prudente, de 60 años, friega el suelo. Votó, pero solo por el alcalde “porque estaba de guardia, trabajando, no sabía el número (de candidatura) de los concejales. Pero me parece perfecto que haya mujeres porque nosotras tenemos muchas necesidades de empleo, de salud, de placer. Pero, ¿sabe? Yo creo que tenían que tener más edad para poner firme a la gente”.



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