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Víctor Cabrera | Según cuenta el síndrome de la rana hervida, si introduces a una rana en cazo con agua templada, se quedará ahí al encontrarse en un ambiente agradable y que si, poco a poco, vas subiendo la temperatura dejando que la rana se acostumbre al cambio, llegará el momento en el que el batracio acabará muriendo hervido…

Desde hace décadas, a Linares se le ha ido subiendo la temperatura del agua muy poco a poco. Una ciudad trabajadora, que vivía de la minería y el campo, que fue viendo a lo largo de un siglo como las empresas inversoras se iban marchando conforme iban bajando los beneficios de la explotación, así hasta el cierre de la última mina a finales del siglo pasado. Por esos tiempos se vivió como la británica Land Rover dejó su participación en la linarense Metalúrgica de Santa Ana por problemas económicos propios, aunque se consiguió trabajar con Suzuki para mantener la industria en la localidad, hasta que, finalmente  la japonesa también se marchara. Tras el intento de continuar con la producción en colaboración con la italiana Iveco, la Junta de Andalucía se hizo cargo de la gestión de la planta, que acabó cerrando definitivamente en 2011, no sin la polémica, conocida años después, de inversiones de cerca de cuarenta millones de euros que se perdieron por el camino en el conocido caso de los ERE andaluces.

Como buenos gestores liberales, se pensó que la solución no pasaba por invertir en nuevas industrias o revitalizar la existentes, que lo mejor era abonar el terreno para la instalación de los grandes capitales de Inditex y El Corte Inglés, que han estado realizando su actividad fieles a sus políticas de bajos salarios y de cero reinversiones en la tierra, ahogando y empobreciendo al comercio local.

Ahora llega 2020, nos trae al tan famoso SARS-Cov-2 y, como consecuencia, el milagro capitalista de las grandes superficies huye de Linares, dejándola como la ciudad con más paro de todo el Estado, convirtiéndola en el centro neurálgico de una provincia relegada al ostracismo por parte de las administraciones y que, en su conjunto, ocupa el primer lugar en la lamentable lista de las provincias con más desempleados.

Paro, despoblación, aumento de la economía sumergida, juventud sin perspectivas de futuro, delincuencia y tráfico de drogas en arrayanes, confinamiento, empobrecimiento, decenas de miles de linarenses luchando por sobrevivir, pero… ¡queda una esperanza! ¡el Ministerio de Defensa va a hacer una inversión en la provincia que promete generar “miles” de puestos de trabajo!… pues no, ha sido un espejismo, un “inexplicable” giro de última hora, se lleva la inversión a una provincia vecina, a la tierra de una Vicepresidenta del Gobierno orgullosa del logro.

Con todo esto a la espalda, este viernes 12 de febrero, Linares vio como dos agentes de la policía nacional le daban una brutal paliza a un vecino delante de su hija de catorce años, que también fue agredida al acercarse, gritando de impotencia, a pedir que dejaran de apalear a su padre. Lo importante no es quién dijo qué ni por qué, no importa porque nada justifica que un agente y un subinspector de la policía nacional apaleen a dos ciudadanos, o al menos, no debería justificarse.

Hago un inciso para lanzar una pregunta retórica: ¿qué habría pasado si nadie hubiera grabado lo sucedido?¿habría ocurrido lo mismo que en Alsasua?

Como no podía ser de otro nodo, la ciudadanía se ha echado a la calle a manifestar su indignación por esta conducta de mediados de siglo, de matonismo institucional y la respuesta ha sido más represión, antidisturbios apaleando y amedrentando. Queda reflejada la eficiencia y el uso justo de la fuerza (ironía) en la “pequeña equivocación” de uno de los antidisturbios que disparó por error munición real en lugar de balas de goma, hiriendo a una joven en ambas piernas.

No creo que estas líneas deban servir para analizar si la proliferación de estas actitudes dentro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado está provocada por el mensaje de odio que determinados representantes políticos, entre vítores y banderas, lanzan campaña tras campaña, que tal vez confiera  a estos  individuos la sensación de estar auspiciados desde arriba para actuar de ese modo; no creo que estas líneas deban servir para analizar si esta proliferación se debe a la connivencia que ha marcado el modo en el que se ha instaurado la democracia en este país, cuando de un día para otro, se dejó de hablar de los crímenes y los criminales que los cometieron, pensando que así se acabaría por olvidar lo sucedido, mientras esos mismos criminales se encargaban de la formación de las nuevas generaciones de policías, soldados y guardias; no quiero entrar en ese tema.

Tal vez estas palabras hagan repensar a algunos intelectualoides, que se atreven a valorar las movilizaciones del pueblo de Linares contra este atentado, sin tener conocimiento de dónde viene tanta angustia.

La ciudadanía se ha cansado, ha salido a la calle y ha gritado: ¡esta rana no va a hervir, esta rana ha saltado del cazo!



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