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Hoy toca videollamada con Manuel, un pequeño ovetense de siete años que acaba de recibir el alta tras someterse a una operación.

–¿Cómo estás? –pregunta Paula Sustacha Ruenes, técnica del proyecto de animación hospitalaria. Y añade:

–Sabemos que te gustan mucho los dinosaurios, te voy a presentar a mis compañeros a ver si adivinas cuál es su animal favorito.

Uno a uno, los cuatro voluntarios se encuentran con los enormes ojos y la cara de sorpresa de Manu.

“Su madre contactó con nosotros cuando le ingresaron en el HUCA, le hicimos dos videocuentos cuando tuvo que pasar por quirófano y ahora que ya está en casa queremos hacerle más llevadera la recuperación. Es muy complicado para un niño estar 24 horas sin actividad”, explica Paula Sustacha.

El objetivo de este programa de voluntariado consiste en humanizar la atención hospitalaria, especialmente en el actual contexto de limitación de visitas debido a la pandemia: “No pudimos volver al área de Pediatría desde el mes de marzo y decidimos aprovechar las nuevas tecnologías y reinventarnos para poder acercarnos, aunque sea virtualmente, a las habitaciones de los más pequeños como hacíamos antes”.

Tras cuatro meses de parón, los cuentos, los juegos o los trucos de magia se han adaptado a la “nueva normalidad” con el objetivo de que la pantalla del teléfono no sea un obstáculo para conectar con los pequeños pacientes como hacían cuando podían estar con ellos de forma presencial.

“Con la ayuda de los responsables de aulas hospitalarias hicimos llegar a los padres información para contactar con nosotros a través de un número de Whatsapp y distribuimos en las habitaciones material escolar y juegos de mesa individuales para que tuvieran recursos a la hora de interactuar con nosotros”, detalla Paula.

“La primera videollamada fue la más emocionante. Fue en el mes de julio y era una niña con un ingreso de larga duración. Pensábamos que iba a ser muy breve y estuvimos con ella una hora y media, como si fuera una intervención presencial”, recuerda.

Guillermo González Blanco decidió ser voluntario a raíz de su propia experiencia en el hospital cuando era niño: “Estuve ingresado dos semanas y el único recuerdo que tengo es el día que vinieron los bomberos a traernos regalos y pasar la tarde con nosotros. Cuando me enteré de que existía este proyecto me llamó mucho la atención y me lancé de cabeza”.

En los últimos seis años, Guillermo González no ha perdido ni un ápice de ilusión y ha acudido cada lunes a su cita para entretener a los más pequeños. “Lo más satisfactorio es cuando consigues que se olviden de los médicos, de los dolores y de que están en una cama de hospital. Alguno se ha puesto a jugar y se ha olvidado hasta de que tenía puesta una vía y no podía mover los brazos”, relata.

Carolina Bari y Carla San José miran el móvil durante una de las videollamadas Irma Collín


“La primera videollamada fue la más emocionante. Fue en el mes de julio y era una niña con un ingreso de larga duración, estuvimos con ella una hora y media”, recuerda Paula Sustache


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En Cruz Roja Juventud trabajan unos treinta voluntarios de entre 18 y 30 años de perfiles muy diversos: magisterio, medicina, ingeniería, humanidades…

Carolina Bari García estudia Enfermería y se enganchó al proyecto a finales del pasado febrero. “Al principio pensé que iba a ser muy difícil, pero luego disfrutas mucho con los niños”, confiesa. Esta tarde le toca hacer de maga y conseguir que Manu lance un soplido gigante desde el otro lado de la pantalla para que funcione el truco con el que cierran los juegos que han organizado.

“Los niños lo pasan bien, pero nosotros también. Cada tarde es diferente y siempre sacas cosas positivas, es muy enriquecedor”, reconoce Carla San José. Esta pedagoga llegó al proyecto hace tres años, cuando estaba estudiando en la Facultad: “Me gustó cómo se trabajaba la pedagogía en el contexto hospitalario”, destaca.

Todos dedican una hora y media a la semana a las labores de un voluntariado con una vinculación emocional muy especial. “Nosotros siempre intentamos centrarnos en el juego. Nunca hablamos con ellos de la enfermedad o de los tratamientos. Pero es muy difícil evadirse, y por eso intentamos no repetir con los mismos niños todas las semanas para intentar desconectar”, argumenta Carla.

En menos de quince minutos de videollamada, Manu ya se ha olvidado de sus molestias en la garganta y ha dejado el sofá para bailar el rock de los dinosaurios en el salón de su casa. Detrás de la coreografía está Guillermo Mosquera, que se estrena esta tarde en el área de animación hospitalaria, aunque ya lleva un año como voluntario. “Tengo una hermana con discapacidad y siempre quise dedicarme a estas cosas. Empecé haciendo acompañamiento domiciliario a una señora aquí, en Oviedo, pero durante el confinamiento tuve que volver a mi casa, en Cangas de Onís, y estuve colaborando desde allí”.

Los voluntarios dedican hora y media semanal a la actividad: “Desde marzo no hemos podido volver al área de Pediatría; ahora aprovechamos las nuevas tecnologías”


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Guillermo estudió Filosofía e Integración Social, y conoce la importancia del juego para que los niños se entretengan y aprendan: “Siempre me dieron mucha envidia los compañeros de animación hospitalaria, porque vi que era muy alegre y dinámico, aunque hasta el momento solo he podido ver la parte online del trabajo”.

Cruz Roja gestiona la animación hospitalaria a través del teléfono 663 375 653. Los padres pueden llamar o enviar un mensaje para ponerse en contacto con los voluntarios. “Si nos dicen el nombre, la edad y las preferencias del niño podemos personalizar los juegos y los personajes para que se sienta mas a gusto. Siempre nos adaptamos a lo que nos piden, aunque sea difícil ”, recalca Paula Sustacha. “Nos gustaría poder hacer más intervenciones como ésta y llegar a más familias, pero creo que la gente todavía no conoce estas iniciativas”, agrega la técnica de la actividad.

Los pequeños hospitalizados, los que se recuperan en sus casas o los que están confinados a la espera de una PCR son los colectivos a los que ahora se dirige el proyecto: “Hay muchos ámbitos fuera del hospital en los que podemos ayudar”.

Las nuevas tecnologías abren un abanico de posibilidades, pero el objetivo de fondo es siempre el mismo: que los niños se evadan, al menos por unos momentos, de una realidad que les provoca situaciones de estrés.

Los integrantes de Clowntigo, en el HUCA. Paco Paredes / Clowntigo


“Somos una chispa de color en pasillos blancos”, dicen los payasos de Clowntigo

P. Á.

Clowntigo se define como una asociación de payasos de hospital sin ánimo de lucro. Su sede está ubicada en Oviedo. “Consideramos que el humor es la distancia más corta entre dos personas”, explica Fran, más conocido en la escena como “Pachucho”. La pretensión de este colectivo se centra en hacer llegar el arte clown a niños hospitalizados, colectivos en riesgo social y a nuestros ancianos.

Su programa en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) tenía antes del covid tres patas. Por una parte, visitas los lunes por la mañana de una payasa profesional patrocinada por la empresa Lacera. Esta payasa visitaba, en primer lugar, la sala de espera de la unidad de cirugía mayor ambulatoria (UCMA), justo antes de las entradas a operaciones. Luego continuaba sus intervenciones en el hospital de día y, por último, en consultas externas. Por otro lado, estaban las visitas de los jueves por la mañana a la UCI pediátrica de una pareja de payasos remunerada por la asociación. Y, por último, las visitas voluntarias de dos parejas de payasos los viernes por la tarde a la séptima planta B y C de pediatría, así como a la UCI pediátrica.

Con la llegada del covid “tocó subirse al carro digital y hacer directos, vídeos y videoconferencias, siempre con la firme idea de volver al hospital, que es el espacio en el que mejor navegamos y más útiles podemos ser”, señalan los integrantes de Clowntigo. Al abrirse el autocovid pediátrico, vieron la posibilidad de “un acercamiento a nuestro querido HUCA”, de manera que los niños “se lleven una imagen o recuerdo más agradable” de la prueba PCR y de su paso por la instalación financiada por Fundación Aladina.

Entre los objetivos de esta asociación de payasos figuran “desdramatizar la estancia hospitalaria y lo que ello implica”. Los miembros de Clowntigo son expertos en “resignificar los objetos sanitarios, convertirlos en otras cosas”, agradables para los pequeños pacientes. Y todo ello con la ayuda de la música, la magia y la improvisación. “Somos distensores del ambiente, una chispa de color en pasillos blancos y silenciosos”, enfatizan Pachucho y sus amigos payasos, con quienes se puede contactar a través del teléfono 606 95 01 66.

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