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Nuestros pueblos y ciudades son el lienzo de nuestra historia; algunos han quedado prácticamente sin pinceladas desde hace décadas o siglos, congelados, otros han ido cambiando, ampliando, demoliendo y adaptándose a modas y nuevas necesidades.

Han crecido (o no lo han hecho) en torno a los antiguos núcleos,  donde las iglesias, los edificios (nobles o no) de los ayuntamientos, suelen ser los centros históricos  ¿Qué instrucción más clara para detectar el casco histórico de un pueblo  o ciudad, que divisar el campanario e ir hacia él?

Es un reflejo de cómo la religión ha sido históricamente un elemento cultural, aglutinador,  identitario, si quieres gregario de primer orden ( dejemos para otro debate si impuesto o no) , y de cómo ha ido perdiendo ese  papel a lo largo de nuestra historia. Los cascos históricos suelen acumular los templos, las obras de arte arquitectónicas que suelen ser la mayoría de casos en edificios religiosos (iglesias, conventos, monasterios, capillas), las calles suelen tener nombre de santos, vírgenes, elementos bíblicos. Todas estas características se disipan en las nuevas zonas de las ciudades o pueblos.

La religión, en nuestra cultura, ha sido parte vertebradora para mal o para bien.  Viniendo de la ruralidad, se percibe todavía más este hecho; el calendario festivo lo marca o se mezcla con el calendario religioso, hasta hace poco no se concebía una festividad local sin su preceptiva misa, procesión, o romería.  Las misas, como la fórmula “normal” de celebrar todo, el día de la tercera edad, el día de las amas de casa, el centenario del nacimiento del vecino más longevo.

Creyentes o no, practicantes o no, “lo religioso” ha formado parte de nuestra vida en muchos casos. Nos ha marcado la costumbre y  el no plantearse el motivo de los hábitos. La religión, por otra parte, forma parte del ámbito más personal e íntimo; ni todos los que siguen las costumbres y tradiciones son creyentes y religiosos, ni los creyentes ni religiosos son todos practicantes.

Cada cual tiene su propia interpretación del hecho religioso, de la transcendencia, del sentido de la vida, la religión, las creencias, no dividen tampoco a las personas por ideologías políticas, ser creyente, ser católico practicante no comporta ser de derechas ni de izquierdas; diría más, ciertos principios religiosos cristianos se reflejan más en ideologías de izquierdas que no en las máxima liberales de la derecha.

Desde la creación de nuestras nuevas identidades como pueblos, el poder de la iglesia ha sido omnipresente, como uno de los estamentos de control y organización territorial y social. Por lo tanto, cada cambio social ha chocado necesariamente con ese y todos los demás poderes establecidos ; y como todos ellos, ante la pérdida de influencias, de control, han existido reacciones por parte de la iglesia. Pero qué lejos queda ello del sentimiento, de las creencias, del ámbito interno de las personas.

Precisamente, durante la segunda república, ante los grandes cambios, los poderes de siempre se revelaron, y la jerarquía eclesiástica tomó partido por los sublevados. Ello provocó de manera injustificable la respuesta de ciertos incontrolados cobrándose vidas de religiosos, la destrucción de patrimonio (quema de templos y sus obras de artes) , y sin que sea anecdótico, también el franquismo asesinó a curas republicanos, a pesar de querer borrar esta parte de la historia, cuando se toda parte en un conflicto, es fácil alguna te caiga.

Al imponerse el golpe de Estado, la dictadura quiso legitimarse imponiendo el nacionalcatolicismo, de la misma manera que el fascismo o nazismo tenían sus peculiaridades marca de la casa y simbología propia, el franquismo se envolvió de la parafernalia más exagerada del catolicismo para dar su versión patria “tipical spanish” del régimen totalitario.

Proliferan, entre otras barbaridades,  a partir de ese momento,  la colocación de cruces de todas tipologías; monumentales, modestas, pintadas, en fachadas de iglesias, en puntos importantes de los municipios, para “honrar” a las víctimas o héroes del franquismo, donde únicamente se enaltece o hace memoria a las personas muertas o asesinadas reivindicadas por el bando franquista, ni la más mínima consideración a los miles y miles de víctimas de los golpistas.

Como colofón de esta “moda” la Cruz del Valle de los Caídos”. Se convierten por lo tanto, no en elementos religiosos sino de una apropiación del franquismo de  un símbolo religioso para exaltar a unos pocos ciudadanos y humillar, menospreciar e insultar a la memoria de los represaliados, asesinados, y víctimas; usando, con la connivencia del poder eclesiástico, la religión como coartada para justificar el golpe,  y sus abusos, y patrimonializar las creencias religiosas mayoritarias  para hacerlas exclusivas del bando golpista.

Este tipo de cruces, por lo tanto, pierden todo su sentido religioso, y se convierten en simples elementos propagandísticos, de exaltación de un régimen ilegítimo y de justificación de sus crímenes. De la misma manera que no es lo mismo una esvástica en un templo de la India que en una manifestación nazi, no es lo mismo una cruz en un edificio religioso cualquiera, que una cruz levantada durante el franquismo por el franquismo, son apropiaciones ilegítimas de símbolos religiosos convertidos en exaltación  del régimen.

Durante décadas, la permanencia de estas cruces “ a los caídos” han humillado la memoria de los demócratas y de las víctimas de un régimen genocida, no han sido nunca elementos con funciones religiosas. Con la llegada de la democracia, muchas de estas cruces fueron desapareciendo, al igual que la simbología franquista . Pero en algunos casos, ha costado mucho más, y lo que debería ser una desaparición lógica, se ha enquistado.

Desde Compromís en el Senado iniciamos en 2017 una campaña para hacer desaparecer todas  la simbología franquista todavía presente en todo el Estado; así hemos conseguido retirar más de 2000 calles, cruces, placas, nombres, en más de 600 municipios. Pero el tema de las cruces, es controvertido.

Al final, con una ley precaria y mejorable como la de Memoria Histórica, y a expensas de las leyes autonómicas que puedan mejorar ésta, todo queda en la voluntad de los ayuntamientos en retirar o no estas cruces.

En las comarcas de Castelló hemos vivido polémicas al respecto: Vall d’Uixó la retiró y llevaron a la alcaldesa al banquillo, siendo como no podía ser de otra manera absuelta, en la ciudad de Castelló de la Plana, la misma organización fascista que se dedica a interponer recursos judiciales, ha hecho imposible hasta el momento la retirada de la misma ( a pesar de tener hasta los informes de la Conselleria de Cultura que acreditan en nulo interés cultural de la misma) en otros casos como en Cervera del Maestre, alcalde socialista se niega a retirarla con la excusa de que han desaparecido las inscripciones franquistas.

Esta excusa, de que ya no aparecen las inscripciones, la hemos visto en muchos otros municipios, como si con la desaparición de placas o letreros perdieran todo el significado estos elementos como propios de la exaltación franquista.

En Cáceres también nos vimos envueltos en la polémica por un caso idéntico, o ahora recientemente en Córdoba, en el municipio de Aguilar de la Frontera; recibimos propuestas de vecinos para llevar este caso al Senado, lo hicimos, y de seguida detractores de la petición,  esta vez educada, de que esta cruz ya ha perdido el sentido franquista.

Cuando se han pedido informes a patrimonio, siempre ha corroborado que estos elementos no tienen valor arquitectónico ni cultural, nada justifica su persistencia. Fueron siempre elementos de exaltación del régimen y no elementos religiosos.

Quienes exigimos su retirada, lo hacemos en base a ello, no pedimos derribar iglesias, cambiar nombres de calles dedicadas a santos, arrancar calvarios, tapiar hornacinas con santos y vírgenes presentes en las calles, fundir campanas ( fue este senador quien sacó adelante la declaración de BIC el toque de campanas en el Senado). Pedimos retirar símbolos franquistas, ¿Qué tienen forma de cruz?, sí, pero ni arrancando placas, se resignifican, nada borra para qué sirvieron y que comportan.

Algunos alcaldes o alcaldesas los han retirado de esos espacios públicos y depositados en cementerios o lugares de culto. Es un intento de mitigar su carga negativa; ya que recordemos estas cruces no están en el interior de templos, están en glorietas, parques, plazas céntricas, para humillar a las víctimas del franquismo.

Curiosamente, quien suele interponer denuncias ante la retirada de estos símbolos es una organización de extrema derecha que se autocalifica de católica, que nunca se ha preocupado por el patrimonio histórico y cultura en manos de la iglesia en grave riesgo de desaparecer por estado ruinoso, del estado y necesidades de los templos, no se ha preocupado por los abusos sexuales amparados por la cúpula de la iglesia y que acaba perjudicando a la propia credibilidad de la institución, no se preocupa por nada que no sea la retirada de símbolos franquistas, igual llamarse Abogados Fascistas sería más apropiado de acuerdo a sus fines.

En nuestros pueblos y ciudades existen decenas de símbolos religiosos que no molestan a nadie,  que nadie se cuestiona, simplemente se pide, de acuerdo a la ley, quitar de los espacios públicos y comunes símbolos franquistas, apropiaciones de simbología religiosa,  y lo hacemos para hacer justicia con las víctimas; que con esto solamente no se consigue; por ello tenemos nuestra ley de víctimas presentada y pendiente de debate, pero ayuda a hacer los pueblos y ciudades más respetuosas con las víctimas de un régimen genocida, y ayuda a que la religión no sea patrimonio manipulable por ninguna ideología, y forme parte de cada uno si quiere.

Carles Mulet, portavoz de Compromís en el  Senado.

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