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A Soledad Sevilla (Valencia, 1944) el Premio Velázquez de Artes Plásticas le ha sorprendido cogiendo un tren. «Estoy entusiasmada y un poco descreída. Es el premio más importante de todos y nunca te lo esperas». Fue una de las pioneras en la experimentación con los lenguajes en el Centro de Cálculo, un aspecto que ha subrayado el Jurado del galardón, así como «la solvencia con la que transita entre el plano y el espacio, su forma innovadora de entender la luz, los materiales y la geometría”.

A lo largo de su carrera se ha movido entre la pintura y la instalación, aunque ella se considera pintora ante todo. «Encuentro en la pintura ese espacio introspectivo, personal que se genera en el ambiente íntimo del estudio -comenta con rotundidad-. En las instalaciones hay algo que no depende de ti. Hay que desarrollarlas técnicamente y ponerlas en pie. Haces una maqueta pero no sabes bien cuál va a ser el resultado. Es también muy emocionante pero lo bonito para mí es el día el día del taller».

«Pessoa y las fachadas de Lisboa me hicieron volver a la geometría. No fue planeado pero se ha cerrado el círculo»

Entres sus últimas intervenciones, recordamos las instalaciones con hilos y proyecciones que hizo en 2019 en el CAAC de Sevilla, un proyecto redondo que rescataba trabajos suyos anteriores en los que dibujaba el espacio con haces de luz, que eran en realidad hilos de algodón. Va a volver sobre ellos en su próximo proyecto en el Museo Patio Herreriano de Valladolid, que podrá verse desde el 30 de enero. «Son obras que hice en los años 80 que me están pidiendo ahora a modo de revival. La novedad en este caso es que está pensada para ser vista con luz diurna y con luz nocturna. También habrá pintura, un proyecto en torno al El libro del desasosiego de Pessoa en el que llevo trabajando tres años. Más adelante, en septiembre, podrá verse en la galería Marlborough de Madrid al completo».

Vuelta a la geometría

Fueron esos paseos por Lisboa los que llevaron a Soledad Sevilla a regresar a la geometría que tanto caracterizó su pintura de los años 70, cuando participó en el Seminario de generación automática de formas plásticas del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid. «Se ha cerrado el círculo -dice satisfecha la artista-. Salió de una manera natural en esa necesidad de pintar a Pessoa. No ha sido una decisión intelectual sino que surgió cuando abordé este proyecto sobre las fachadas machacadas de Lisboa que son geometría pura». La salud también le ha obligado a otro tipo de trabajo menos monumental: «Ha habido momentos en los que tenía menos energía y he recurrido a lo que podía hacer en un caballete, aunque me guste mucho el gran formato. Si no me podía mover, trasladaba el lienzo, poco a poco, a pinceladas pequeñas que usaba para rellenar campos mas amplios».

José Tomás I y II

Dice que hoy se ha acordado «muchísimo» de sus compañeros de generación, Yturralde, Jordi Teixidor, Gerardo Delgado o, aunque algo más mayor, Carmen Laffon: «Se lo merecen todos ellos también. Somos una generación que hemos trabajado mucho, con mucha vocación y a cambio de nada». En 1979 recibió la Beca de la Fundación Juan March para España y en 1980 la Beca Centro de Promoción de las Artes Plásticas e Investigación de las Nuevas Formas Expresivas.

Su carrera transcurrió también fuera en el extranjero. Entre 1980 y 1982 la artista residió en Boston gracias a la Beca del Comité Conjunto Hispano Norteamericano para Asuntos Culturales. En la Universidad de Harvard disfrutó de otra Beca específica para realizar estudios: Technical Examination of Works of Arts, Fine Arts Department. Es allí donde empezó a trabajar en la serie Las meninas, aplicando una estructura básica en forma de retícula para reinterpretar los espacios y las atmósferas del cuadro de Velázquez. A su vuelta a España, realizó diversas instalaciones ambientales, todas ellas con un marcado pero sutil carácter pictórico que plantean una profunda renovación plástica. La siguiente serie, La Alhambra, constituye un trabajo de reinterpretación del palacio nazarí. En este caso el uso del color es más medido aunque la retícula es también una base de referencia.

Pintar con luz

En 1998 realizó su primera exposición en la Galería Soledad Lorenzo, con la que trabajó como artista de la galería hasta su cierre en 2012. En sus sucesivas instalaciones y series pictóricas la luz se fue convirtiendo en el elemento central. «La he representado muchas veces en esos haces de luz -recuerda hoy en su conversación con El Cultural-. Lo importante de la luz no es ser vista, sino dejar ver». En 1992 realizó en el Castillo de Vélez Blanco (Almería) una proyección sobre los muros desnudos del patio que permitía visualizar nuevamente el pórtico renacentista que actualmente está en el Metropolitan Museum de Nueva York. En 1993 Sevilla recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y en 2007 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

«La idea está siempre en ti, aunque para llegar a ella a veces cojamos un camino sin salida y haya que tomar otro»

En 2012 Soledad Sevilla ideó una instalación en el Palacio de Cristal del Retiro que reproducía interiormente la arquitectura del palacio además de recrear la bóveda celeste. Su pintura actual recrea una “geometría blanda” manteniendo una constante en su trabajo, que repite una unidad y por acumulación esta desaparece para crear planos más extensos. En 2015, expuso en el Centro José Guerrero Variaciones de una línea, en la que revisaba su obra de los años 60 a los 80 y la instalación Casa de oro que trasformaba el patio de una casa morisca del Albaicín. Dos años después, la galería Marlborough de Barcelona revisaba en Génesis su obra desde los años 60.

‘Escrito en los cuerpos celestes’ (2012), en el Palacio de Cristal, Madrid

Tan solo un año más tarde, en 2018, llevó su obra al Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada (CEART) Espacios de la mirada, una amplia retrospectiva de su trabajo donde se pudieron apreciar sus series más importantes desde los años 70 hasta la actualidad, así como alguna de sus instalaciones. En la muestra se podía ver cómo su creación ha estado siempre dedicada a la exploración de la luz y el espacio.

Este galardón, dotado con 100.000 euros, es una merecida recompensa a la carrerade esta artista que se ha dedicado, también, a la docencia en la Universidad de Granada. «Sigo a muchos de mis exalumnos. A todos ellos les animé siempre a que descubrieran sus propias ideas, que no es fácil. Uno tiene que seguir su propio camino, aunque a veces no tenga salida y haya que tomar otro. La idea está siempre en ti». El jurado, presidido por María Dolores Jiménez-Blanco, directora general de Bellas Artes, ha contado con la participación de los artistas Cecilia Vicuña Ramírez, ganadora del premio Velázquez de las Artes Plásticas correspondiente al año 2019, Lluís Fuster, Eugenio Ampudia, María Jesús Abad y Antonio Gonçalves da Costa, Yolanda Romero, conservadora de la Colección Banco de España, Javier Hontoria, director del Museo Patio Herreriano, y Beatriz Herráez, directora del Museo Artium.

@LuisaEspino4



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