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Nobel de medicina 2020

La hepatitis C afecta cada año a unos 70 millones de personas y provoca 400.000 muertes, a las que habría que añadir los decesos provocados por otras enfermedades hepáticas, como el cáncer de hígado o la cirrosis. El hallazgo del virus responsable de esta enfermedad se tradujo en nuevos tratamientos que han salvado en el mundo millones de vidas, lo que ha valido a los científicos responsables de su descubrimiento el premio Nobel de Medicina 2020, según ha anunciado la Academia Sueca en un comunicado oficial.

La enfermedad afecta cada año a unos 70 millones de personas

El galardón ha recaído en Harvey J. Alter, Michael Houghton y Charles M. Rice, en palabras textuales, por “su contribución decisiva a la lucha contra la hepatitis de transmisión sanguínea, un importante problema de salud mundial que causa cirrosis y cáncer de hígado en personas de todo el mundo”.

Una amenaza mundial para la salud humana

La hepatitis es una enfermedad inflamatoria que afecta al hígado. En la mayoría de los casos está provocada por infecciones virales, aunque el abuso del alcohol, las toxinas ambientales y las enfermedades autoinmunes también son posibles causas. En la década de 1940 se descubrió la existencia de dos tipos: la primera: hepatitis A, se transmite a través del agua o alimentos contaminados, y generalmente tiene un impacto limitado en los pacientes. El segundo tipo se transmite por la sangre, y los fluidos corporales, y representa una amenaza mucho más grande para la salud, y causa en total más de un millón de muertes en todo el mundo, lo que la convierte en un problema de salud mundial en una escala comparable a la infección por el VIH y la tuberculosis.

En los años 1960 se descubrió que una forma de hepatitis transmitida por la sangre era causada por el virus de la hepatitis B.

En los años 1960 se descubrió que una forma de hepatitis transmitida por la sangre era causada por el virus de la hepatitis B.


Foto: Nobel Media.

Un agente infeccioso desconocido

En la década de 1960, Baruch Blumberg descubrió que una forma de hepatitis transmitida por la sangre era causada por un virus que se conoció como virus de la hepatitis B, un hallazgo que llevó al desarrollo de pruebas de diagnóstico y una vacuna eficaz por el que el científico recibió el Premio Nobel de Medicina en 1976.

Entonces, Harvey J. Alter, de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU., estaba estudiando la aparición de hepatitis en pacientes que habían recibido transfusiones de sangre. Aunque los análisis de sangre para el virus de la hepatitis B recientemente descubierto redujeron el número de casos de hepatitis relacionada con las transfusiones, Alter y sus colegas demostraron que todavía quedaba un gran número de casos por descubrir.

Existía un motivo de preocupación: un número significativo de los que recibieron transfusiones de sangre había desarrollado hepatitis crónica debido a un agente infeccioso desconocido. Alter y sus colegas demostraron que la sangre de estos pacientes con hepatitis podría transmitir la enfermedad a los chimpancés, el único huésped susceptible además de los humanos. Estudios posteriores también demostraron que el agente infeccioso desconocido en aquella época que tenía las características de un virus, al que se denominó hepatitis «no A, no B».

Identificación de la hepatitis C

La identificación de aquel nuevo virus era una prioridad, pero durante una década los científicos fueron incapaces de detectar aquel agente infeccioso. Fue el virólogo británico Michael Houghton, quien por aquel entonces trabajaba en la empresa farmacéutica Chiron, logró aislar la secuencia genética del virus. Houghton y sus colaboradores crearon fragmentos de ADN a partir de ácidos nucleicos de un chimpancé infectado. La mayoría de estos provienen del genoma del propio chimpancé, pero los investigadores predijeron que algunos se derivarían del virus desconocido.

Partiendo de la premisa de que los anticuerpos contra el virus probablemente estarían presentes en la sangre extraída de pacientes con hepatitis, los investigadores utilizaron sueros de pacientes para identificar fragmentos de ADN viral clonados que codifican proteínas virales. Tras una búsqueda exhaustiva, se encontró un clon positivo. El trabajo posterior mostró que este clon se derivó de un nuevo virus de ARN perteneciente al género Flavivirus y se denominó virus de la hepatitis C. La presencia de anticuerpos en pacientes con hepatitis crónica denotaba la presencia del misterioso virus.

La presencia de anticuerpos en pacientes con hepatitis crónica denotaba la presencia del misterioso virus.

La presencia de anticuerpos en pacientes con hepatitis crónica denotaba la presencia del misterioso virus.


Foto: © Nobel Media.

Un descubrimiento decisivo

El descubrimiento de este virus fue determinante, pero los científicos todavía tenían una pregunta por responder: ¿Podría el virus por sí solo causar la enfermedad? Para responder a esta pregunta, los investigadores tuvieron que determinar si aquel agente infeccioso clonado era capaz de replicarse y ser nocivo. Charles M. Rice, investigador de la Universidad de Washington en San Luis, junto con otros grupos que trabajan con virus de ARN, encontraron una región previamente no caracterizada en el extremo del genoma del virus de la hepatitis C que sospechaban que podría ser importante para su replicación. Además, observó variaciones genéticas en muestras de virus aisladas y planteó la hipótesis de que algunas de ellas podrían dificultar que el agente infeccioso se replicase. A través de la ingeniería genética, generó una variante de ARN del virus de la Hepatitis C que incluía la región recién identificada del genoma viral y que carecía de las variaciones genéticas que lo inactivan. Cuando se inyectó este ARN en el hígado de chimpancés, se detectó virus en la sangre y se observaron cambios patológicos similares a los observados en humanos que había desarrollado esta enfermedad crónica. Esta fue la prueba final de que el virus de la hepatitis C por sí solo podría causar los casos inexplicables de hepatitis mediada por transfusiones.

Gracias al descubrimiento de la hepatitis C, señala la Academia Sueca, hoy podemos detectar el virus a través de análisis de sangre, en muchas partes del mundo se ha eliminado la hepatitis producida por transfusiones de sangre. El hallazgo permitió asimismo el rápido desarrollo de medicamentos antivirales, y, por primera vez en la historia, la enfermedad se puede curar, lo que aumenta las esperanzas de erradicarla en todo el mundo.

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