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Manel Barriere Figueroa | En primer término, las manos del cobrador de un peaje. Los rostros de los conductores aparecen por la derecha, pagan, recogen el cambio y desaparecen por la izquierda. La voz de una locutora de radio enmascara el rugido de los motores. La Media Luna Roja hace un llamamiento a la adopción de niños y niñas que se han quedado huérfanas a consecuencia de un terremoto que ha devastado la región.

Los coches pasan ante nuestros ojos
hasta que un conductor pregunta por el estado de la carretera. Escucha
atentamente las indicaciones del cobrador y sigue adelante. Un director de cine
viaja al pueblo donde rodó una de sus películas, con el objetivo de encontrar
con vida al niño que interpretó el papel principal. Su hijo, de unos diez años,
le acompaña, y desde el asiento de atrás interroga a su padre sobre todo lo que
ve desde la ventanilla.

Abbas Kiarostami rodó Y la vida continúa 11 meses después del terremoto que asoló una extensa zona del norte de Irán, donde 4 años antes había rodado ¿Dónde está la casa de mi amigo? La película reconstruye y reproduce el viaje que el propio director emprendió después de conocerse la noticia. Es pues, una ficción basada en un acontecimiento real que a la vez está relacionado con otra ficción, la de la primera película.

Los dos protagonistas, padre e
hijo, transitan por carreteras y caminos llenos de ruinas y grietas, y escuchan
las historias que cuentan quienes han sobrevivido. Pero si bien la tragedia se
ha cernido sobre la mayoría de los habitantes de la zona, nadie parece dejarse
llevar por la desesperación. Asumen la fatalidad a su manera y siguen adelante
con sus pequeños grandes quehaceres cotidianos. Lavar la ropa, colocar una
antena para ver un partido del mundial de fútbol e incluso una boda, que se
llevará a cabo según lo planeado a pesar de que las familias han quedado
mermadas por el temblor. La vida sigue adelante dejando la muerte atrás, como
un flujo incontenible que determina nuestra realidad, nuestros compromisos y
convicciones.

Durante el viaje, el niño pregunta
a su padre si sabe por qué emigran los saltamontes. Él mismo contesta: se comen
toda la hierba de un prado y se van a otro. En cierto sentido, esta pequeña
conversación, marcada por la mirada infantil, es un eco del llamamiento de la
Media Luna Roja que hemos escuchado al principio de la película. La vida sigue,
para todo el mundo, pero en ocasiones ella misma nos empuja y nos obliga a
afrontar un salto, una ruptura con lo que han sido el conjunto de elementos que
configuran un universo propio, lo que consideramos NUESTRA vida. Un día la
hierba se acaba.

Diez años después, Kiarostami estrena ABC África. La película es un encargo de la International Found for Agriculture Development, y empieza con el fax mandado por dicha institución al director proponiéndole el proyecto. El objetivo es sensibilizar a la opinión pública de la situación en la que viven más de un millón y medio de niños y niñas que se han quedado huérfanas en Uganda a consecuencia de las guerras civiles y del SIDA.

Empieza así un recorrido que nos
muestra no tanto las desgracias sufridas, sino el empeño y la resignación de
quienes deben afrontarlas, básicamente mujeres y niños, con una mísera y
precaria ayuda institucional. Una vez más, la vida se manifiesta ante una
cámara capaz de filmar la oscuridad absoluta, generando una imagen
completamente negra cuando tiene lugar un apagón por la noche en el hotel donde
se hospeda el equipo, pero incapaz de filmar y reproducir la muerte en un país
profundamente devastado por la pobreza, la guerra y las enfermedades. Como en
el norte de Irán después del terremoto, la gente sigue adelante con lo que
tiene y puede. Una casa en ruinas por los bombardeos, los pequeños créditos de
la IFAD, la ayuda mutua de quienes se encuentran en la misma situación; madres
cuyos vástagos perecieron cuidando a decenas de niños y niñas que perdieron a
sus progenitores, en una especie de ciclo continuo de amor y muerte; una vieja
sábana y una caja de cartón sirven para envolver lo que parece ser un pequeño
cadáver y cargarlo en la parte trasera de una bicicleta, atado con cuerdas. El
último viaje de un cuerpo desde el hospital al hogar familiar abre un abismo
entre nuestro mundo y el de un continente torturado, saqueado, brutalizado
desde siglos atrás.

ABC África tiene mucho que ver con Y la vida continúa. Dos viajes a través de la muerte que nos
descubren los pequeños gestos de los que se compone la vida. Pero hay una
diferencia fundamental. Si la primera, rodada a principios de los 90 del siglo
XX, es una ficción que recrea algo que ya ocurrió, lo cual implica un proceso
de reflexión y puesta en forma a través del guion y la planificación; ABC África se construye a partir del material grabado
durante un viaje que debía servir para documentarse y recopilar toda la
información necesaria, con el fin de llevar a cabo posteriormente ese mismo
proceso de reflexión y planificación. No se trata solo de una cuestión
tecnológica. Es cierto que la emergencia de cámaras digitales ligeras abrió
nuevas posibilidades para el audiovisual y el cine, pero la elección de uno u
otro proceso tiene que ver con la relación del director y de la historia que
quiere contar con la realidad de la que surge esa historia.

Ocurre a veces cuando afrontas la realización de un documental, que solo después de muchos meses de trabajo, durante los cuales acumulas documentación, reflexión y grabación de material, empiezas a comprender y a aprender el tema en el que te has sumergido. Te embarga entonces la sensación de que lo más honesto sería volver a empezar, para que el resultado de tu trabajo refleje ese nuevo estado de conocimiento. Por este motivo el tiempo es un factor clave, mucho más que en la ficción. Por el contrario, puede ocurrir que la experiencia del descubrimiento sea tan intensa y tenga una carga expresiva y simbólica tan fuerte, que cualquier reelaboración posterior sería incapaz de reproducirla fielmente.

Más o menos a mitad de Y la vida continúa, justo cuando los protagonistas llegan a
uno de los escenarios de Dónde está la casa de mi
amigo
, entra en plano una integrante del equipo de rodaje. Se trata
de un artificio de distanciamiento que nos recuerda que cualquier ficción es
también un documental de su rodaje, pero que nos sitúa en el terreno de la
contemplación y el pensamiento. Kiarostami revela así el proceso de producción
para plantear una reflexión sobre el cine mismo en la encrucijada entre la
realidad y su representación.

Algo parecido ocurre en ABC África. Vemos a Kiarostami grabando con su pequeña
cámara y por corte, buscando la continuidad, el plano que está grabando. El uso
de dos cámaras, una de ellas manejada por el fotógrafo Seifollah Samadian, le
permite este recurso de montaje, que lejos de equipararse al exhibicionismo
televisivo o a la retórica de la multicámara, acerca la experiencia personal
del director al proceso mismo de realización de la película. Vemos las imágenes
y a la vez a quienes las producen en el momento de producirlas, reproduciendo
desde nuestra butaca o ante cualquier dispositivo, el descubrimiento de un
mundo que nos era ajeno.

La cuestión que se plantea entonces no es tanto el género, ficción o documental, o el proceso, guion cerrado o rodaje abierto, sino un compromiso con la realidad que determinará una puesta en forma, un contenido y una experiencia. Compartir esas experiencias a través del relato, de la narración, se convierte en un imperativo ético para un arte que, como el de Kiarostami, pretenda abordar la esencial tarea de contestar una sencilla pregunta infantil.



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