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La segunda ola de la pandemia de coronavirus lleva semanas instalada en Argentina, donde se contabilizan más contagios y muertes que un año atrás, mientras el servicio sanitario se acerca al límite pese a la ampliación de instalaciones, que no vino acompañada de más profesionales.

Luis Sarotto es el presidente de la Asociación Médica del Hospital de Clínicas, en Buenos Aires, y relató a Efe el esfuerzo que el sistema hizo para equiparse con más unidades de terapia intensiva y sus respectivos respiradores, claves para tratar los casos graves de Covid-19, aunque tras esta mejora, ahora el déficit es humano.

«Este año, a diferencia del año pasado, ya tenemos el equipo, pero no tenemos la gente, y el recurso humano es lo más difícil de conseguir. (…) La gran deficiencia es que tenés la cama, el respirador, se cuentan como camas viables, pero no está ni el enfermero capacitado ni el médico que los atiende», afirmó.

Según los últimos datos oficiales, la ocupación de unidades de terapia intensiva es del 68,2% a nivel nacional, y del 75,9% en Buenos Aires y su populosa área metropolitana, aunque Sarotto matiza estos datos.

«Hace 15 días me sonaba el teléfono a cada rato diciéndome que estaban en una camilla necesitando oxígeno, que no había camas en todo Buenos Aires. Computan camas, porque está la cama libre, tiene un respirador, pero no está ni el enfermero, ni el kinesiólogo, ni la mucama, ni el médico que la atienda, entonces son camas falsas, son camas no operativas», agregó.

Convivir con la adversidad

En el hospital Clínicas trabajan 3.400 personas, que este año, como ya ocurrió con buena parte del año pasado, no podrán tomarse vacaciones, lo que, sumado al estrés acumulado por la situación, hace que las relaciones cotidianas sean un poco diferentes.

«Discutes un poquito más que de costumbre, uno está un poco más irritable, hay que saber entender a veces eso, no es fácil la convivencia con amigos y con familia, la situación es compleja», subrayó.

Personal medico realiza controles a sus pacientes en una Unidad de Cuidados Intensivos en un hospital de Buenos Aires.


Personal medico realiza controles a sus pacientes en una Unidad de Cuidados Intensivos en un hospital de Buenos Aires.

Efe

Angustia y cansancio

Pese a las adversidades, los profesionales siguen poniendo el cuerpo para frenar la pandemia, como es el caso de Carolina Cáceres, quien trabaja como enfermera en la unidad de febriles del Hospital Tornú.

«Es muy angustiante, realmente es mucho cansancio, mucho el agotamiento, muchas las ganas de poder descansar un poco con la familia, no estar en constante preocupación y corriendo todo el día, la verdad es que no hemos tenido acceso a licencias (vacaciones)», relató.

También le preocupa la situación de su familia, aunque intenta extremar los cuidados con ella, y trata de «estar en el menor contacto posible con los adultos»«Uno sabe que cuesta mucho llegar a fin de mes y que encima pongas la vida en juego, y sabes que dejas a tu familia en una situación muy dura», manifestó.

Carolina tiene un hijo de 13 años y una hija de 11, que ahora tienen que permanecer mucho tiempo solos en casa, hasta que su marido, portero del edificio, puede «pasar en algún horario a ver cómo están».

Además, la cantidad de horas trabajadas, que en el último tiempo aumentó debido a la necesidad de sustituir a compañeros contagiados o enfermos, junto a la ausencia de vacaciones, hacen que desconectar del trabajo sea «muy difícil».

Los sanitarios llevan meses reclamando mejoras en sus salarios, además de otros beneficios, que fueron el eje de las protestas y manifestaciones que realizaron en las calles de Buenos Aires. Cuando la situación lo permita, tiene claro qué es lo primero que quiere hacer: recuperar el tiempo con su familia y desconectar.

«Yo solo quiero una carpa (tienda de campaña) e irme al sur con mi familia, con mis hijos, y prender un fogón y olvidarme de todo por unos cuantos días», concluyó. 

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