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“Los científicos estamos entrenados para no especular, aunque el político quiere que especulemos y la sociedad lo necesita a veces. Pero si especulas demasiado dejas de ser científico y te conviertes en un charlatán. En ciencia, ‘creo’ siempre es una palabra errónea”. El investigador uruguayo Rafael Radi explica así por qué la ciencia tiene un papel cada vez más relevante, pero también más complicado de definir, en una sociedad que afronta desafíos que también son cada vez más complejos. Radi habla, en concreto, del derecho humano a la ciencia, que respalda la idea de que todo ser humano debe tener la posibilidad de beneficiarse de los avances del progreso científico y tecnológico. Durante unas conferencias celebradas recientemente en Montevideo con motivo del 70 aniversario de la oficina de la Unesco en la región, Radi y otros investigadores latinoamericanos explicaron que ha llegado la hora de hablar de ese derecho, y de defenderlo.

“La declaración universal de derechos humanos ya lo contiene, en el artículo 27, pero es verdad que, durante mucho tiempo, el derecho a la ciencia ha quedado en segundo o tercer plano. La cuestión es que, hoy, la complejidad de los asuntos que debemos resolver en este planeta globalizado, como el envejecimiento de la población o el desafío brutal al medio ambiente, hace que la ciencia tenga que ser visualizada como un parte integral de los derechos humanos”, explica después Radi a EL PAÍS. “El pensamiento científico, el pensamiento crítico y las decisiones basadas en evidencias ayudarían mucho a resolver estos asuntos. Yo no veo otro camino sustentable en el futuro del planeta que incorporar el arsenal científico a todas las dimensiones del quehacer humano”.

La complejidad de los asuntos que debemos resolver en este planeta globalizado hace que la ciencia tenga que ser visualizada como un parte integral de los derechos humanos”

Rafael Radi es uno de los investigadores latinoamericanos más reconocidos y prestigiosos. Nacido hace 56 años en Montevideo, este bioquímico y biomédico trabaja en los mecanismos moleculares de los radicales libres. Es el director del Centro de Investigaciones Biomédicas (CEINBIO) de la Universidad de la República (Montevideo), el presidente de la Academia de Ciencias de su país, miembro también de la Academia de Medicina, y es el primer uruguayo en ser elegido como asociado extranjero de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. Como miembro también de las Academias de Brasil y Argentina, conoce muy bien el estado de la ciencia y la investigación biomédica en la región. “La base, es decir, que haya una masa crítica de investigadores, centros de investigación e infraestructuras, está en muchos países. En el Cono Sur, seguro; Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, que es lo que más conozco”, explica. “Pero pasar de la investigación preclínica a la clínica es un salto muy complejo en sistemas asistenciales muy demandados y que no siempre tienen suficientes recursos. La asistencia le gana a la investigación, porque siempre es la prioridad”, añade. 

Radi cuenta que uno de los problemas de la investigación biomédica en América Latina ese da en los hospitales universitarios de la región, donde “la investigación clínica siempre queda en un segundo escalón porque lo que hay que resolver es lo asistencial y no hay una tradición de reservar tiempo para hacer investigación“. En los mejores hospitales estadounidenses o europeos pasa lo contrario: los médicos pasan más horas investigando que en la práctica clínica, ya que los resultados de esa investigación son indispensables para mejorar esa práctica. “Ese circuito virtuoso hay que fomentarlo, porque la investigación alimenta mejores prácticas clínicas y la medicina genera nuevas preguntas. La investigación en biomedicina tiene que formar parte integral del sistema sanitario de un país”, explica Radi. “La OMS dice que el sistema de salud debería invertir un 2% de su gasto en I+D. Uruguay y los países de la región distan mucho de eso, seguramente están entre 10 y 50 veces por debajo de ese valor. Pero sí hemos ganado mucho, en estos 30 o 40 años, en generar las capacidades básicas para que nuestros sistemas tengan la capacidad futura de generar estas inversiones”, añade. 

El investigador cree que parte del problema es la “falta de cultura científica” que detecta en gran parte de la clase política. “Este es un problema que también cruza a toda la política del Cono Sur; son muy pocos los políticos que se interesan de forma auténtica por la ciencia, más allá de lo anecdótico. En nuestro Parlamento nacional, en el que hay 99 diputados y senadores, los que se acercan a la ciencia quizá sean cinco o seis. Creo que los políticos ven el tema con interés y con buen talante, pero los ves aún alejados, les resulta esquivo, se dan cuenta de que por ahí va la cosa, pero no saben muy bien por dónde agarrarlo. Y temen que la ola les pase por arriba. Y esto es un tema de país, de soberanía nacional, no importa si gana la derecha o la izquierda, la ciencia tiene muchísimo que aportar en una política basada en la evidencia, en temas como la salud, el cambio climático, la educación…”, explica, contundente.

Lucha contra el cáncer

El investigador se muestra optimista con el “arsenal” que está descubriendo la ciencia en su lucha contra el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas; el premio Nobel de Medicina de este año ha sido otorgado, precisamente, a la disciplina que él estudia. “En dos años se han dado premios Nobel a un conjunto de investigaciones que empiezan con elementos muy básicos pero que tienen en los dos casos implicaciones para el cáncer, uno con la inmunoterapia, y el otro, las acciones para sacarle la ventaja metabólica que tienen las células tumorales en relación con la hipoxia. Lo que tenemos es cada vez un arsenal mayor y más selectivo para luchar contra el cáncer”. Lo que ocurre es que el creciente envejecimiento de la población va a hacer que precisamente el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas se conviertan en un desafío biomédico cada vez mayor. El investigador lo explica así: “Uno de los grandes desafíos de la medicina moderna es cómo ir identificando la patología asociada al envejecimiento, cómo irla modulando y corrigiendo para que la expansión de la expectativa de vida se acompañe con otra expansión de la expectativa de salud. Y ahí tenemos las enfermedades neurodegenerativas, alzhéimer y párkinson, los cánceres y un tema muy importante, del que se habla poco, y que es la primera razón de discapacidad en los pacientes mayores: la fragilidad y el colapso del aparato locomotor”. 

“Uno de los grandes desafíos de la medicina moderna es cómo ir identificando la patología asociada al envejecimiento, cómo irla modulando y corrigiendo para que la expansión de la expectativa de vida se acompañe con otra expansión de la expectativa de salud

Radi vuelve a la idea inicial: la ciencia es la única herramienta con la que las sociedades modernas podrán enfrentarse a este brutal desafío, el de una población cada vez más envejecida y un sistema que no podrá cuidar de todos ellos. “La idea es que el cuidador sea la última medida, no sea la medida. La OMS habla de que existe una sola salud: la humana, la vegetal, la animal, la ambiental… están todas interconectadas. Y es que otro asunto que aparece en el panorama son los centenarios y los supercentenarios, que se van a multiplicar por diez en los próximos 20 años. Son grandes dilemas del siglo XXI, y aquí es donde la política y la ciencia no tienen otra que interaccionar”, concluye.

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