El polifacético artista, que ha fallecido a los 79 años, fue uno de los padres de la modernización gráfica iniciada por instituciones y empresas españolas tras el final de la dictadura

Alberto Corazón, en la galería Marlborough en 2013.
Alberto Corazón, en la galería Marlborough en 2013.LUIS SEVILLANO

Alberto Corazón, hombre clave del diseño y el arte español de las últimas décadas, ha muerto en Madrid, su ciudad natal, a los 79 años por complicaciones derivadas de problemas de salud que arrastraba en los últimos tiempos, según ha confirmado su entorno cercano. Corazón ha sido un diseñador ancho, artífice de una obra concisa. Autor de decenas de logotipos (ONCE, Mapfre, Paradores, Renfe Cercanías, UNED, Casa del Libro o Círculo de Bellas Artes) comenzaba sus trabajos con disposición de antropólogo: investigando profundamente un tema, el que fuera —la histórica manufactura de mazapanes del obrador Santo Tomé de Toledo o la Organización Nacional de Ciegos Españoles— antes de sintetizarlo en un signo. Extraía contención de la multiplicación y esa paradoja terminó por estallarle en una obra personal —como escultor y pintor— desatada, mucho más libre y arriesgada que sus trabajos gráficos, pero también infinitamente más difícil de compartir: el audaz logotipo del antiguo Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, MOPU, y la escultura con forma de 5 para una rotonda en Calviá (Mallorca) no compiten en la misma división. Es el precio de arriesgar. Y Corazón eligió no limitarse. También floreció en sus escritos. Formado como economista, fue editor antes que diseñador. En Una mirada sin palabras le pedía al arte a la vez naturalidad y misterio. Eso buscó él mismo en sus logos que son sus grandes logros: sorprender y permanecer, diferenciar y construir memoria.

La historia no suele aclarar si imprimen más carácter las dificultades o las posibilidades. Corazón fue un hombre estudioso y atento, un profesional de una profunda cultura al que le apasionaba dibujar. Eso lo convirtió en un diseñador autodidacta. Y esa trayectoria —el hecho de estudiar economía para decidir finalmente diseñar— retrata más a un país por hacer que a una persona, también por hacer. Cuando Corazón comenzó a diseñar lo habitual era que el dueño de una fábrica dibujara él mismo su logotipo. El propio Corazón ideó en sus inicios una de las primeras identidades corporativas nacionales —la del Banco Urquijo—.

Perteneció a la estirpe de creadores a los que les tocó redibujar la imagen de las instituciones españolas, la cara de las nuevas empresas y el mensaje de los servicios públicos durante la transición. Por eso los de su generación sentían –como él mismo- que debían ser polifacéticos. Esa falta de límites era más voluntad de servicio –eran chicos para todo- que ambición desmesurada.

Cartel con el que Corazón ganó el Premio Nacional de Diseño Industrial de 1988.
Cartel con el que Corazón ganó el Premio Nacional de Diseño Industrial de 1988.

Y fue esa mirada amplia la que empujó a pintores, historiadores y a él mismo a montar una exposición alternativa mítica para la Bienal de Venecia de 1976. Era la primera tras el franquismo. Se mostraba, fuera de la selección oficial, el trabajo de Tàpies o la investigación de Valeriano Bozal: los alternativos que terminarían por construir el nuevo establishment cultural de la renacida democracia española. Esa implicación en la reconstrucción de un país era responsabilidad civil. La misma voluntad que le llevó a fundar la Editorial Ciencia Nueva o las Ediciones Alberto Corazón. No se estaba fraguando un negocio, eran muchos los que sentían la alegría de estar rescatando una cultura. Sólo un imaginario muy empobrecido puede juntar las palabras levantar y país y sentir el sarpullido de la manipulación patriótica.