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MADRID, 4 Jul. (EUROPA PRESS – David Gallardo) –

El rock no puede volver de cualquier manera. El rock no es cualquier cosa. Si vamos a abrir el garito, vamos a abrirlo bien. A lo grande. Más o menos pues, para empezar, de 17.000 pasamos a 1.700 personas de aforo, Boletín Oficial del Estado mediante. Poco rock hay ahí, pero es lo que hay y el best seller más leído de lo que llevamos de año.

Cierto es que Loquillo lleva lustros definiéndose a sí mismo como rock español, de manera que parece propicio concederle la reapertura del WiZink Center cuatro meses después. Isabel Pantoja y Camela tuvieron el dudoso honor de actuar en el recinto capitalino justo antes del cierre obligado, y ahora es el tupé perpetuo el que rompe con alicates las cadenas que nos alejaban de todas las noches allí dentro vividas.

En sentido figurado, se entiende, pero es una imagen potente y fácil de pillar: el catalán que devuelve el rock a su sitio en Madrid. Es un mensaje de apertura, de concordia, del basta ya de peleas políticas en Twitter. «Soy un barcelonés que ama esta ciudad», clamó José María Sanz, esto es, Loquillo, quien a sus 59 años pensaba que lo había visto casi todo.

Lo que no había visto era un pabellón de semejante envergadura con tantas butacas azules, tanto cemento bajo sus pies. Acostumbrado a ver miles de cabezas, miles de manitas alzadas, no era esta la mejor de las perspectivas. Y tratando de hablar claro desde el principio, arrancó con ‘En las calles de Madrid’.

Para entonces, el gentío estaba ordenadamente acomodado tras una entrada pacífica y cuidadosa. Con todas las puertas del pabellón abiertas, cada cual entró sin prisa pero sin pausa, se lavó las manos, compró algo en el bar y se fue para su sitio. Alguien recriminó a alguien que no se pusiera la mascarilla todo el tiempo, pero fue algo inevitablemente pasajero.

Cuando la música empezó, todo fue tan desconcertante como cualquiera puede imaginar, aunque no tanto como un concierto en un autocine, que es definitivamente la más peregrina de las ideas surgidas de la pandemia (quizás sea la más rentable). ‘En las calles de Madrid’, lo dicho, es un buen reinicio y parece que el gentío lo va a reventar, aunque luego no fue exactamente para tanto.

Sí que resultó que los más excépticos hicieron todo tipo de ritmos de percusión y menearon la cabeza casi contra su voluntad. La orden del pabellón era clara: levantarse está bien, pero fliparse de más no. Eso fue básicamente lo que pasó, con parejas bailando cerveza en mano, cantando, abrazándose, disimulando.

Porque esto es raro y el público tiene que poner de su parte. Desde el escenario, la banda juega a lo que tiene que jugar, esto es, a tocar como si delante hubiera cien millones de personas. Pero lo cierto es que está tocando ante un pabellón imponentemente vacío, inabarcable. Lo que sería un hostión en toda regla en términos de negocio, este viernes es una pequeña gran victoria para todos. Así de cruel está siendo 2020.

Hay eco, claro que sí, aunque la banda está convenientemente ecualizada a todo volumen (la cantidad de público es factor esencial en esta ecuación). Pero aún con reservas, pareciera que funciona. Claro que el personal está cortado: necesita el anonimato de la multitud para ser plenamente libre y enajenarse. Esto esta noche es como un teatro, pero diez veces más grande, de manera que todo se ve y, si te cortas, fallas.

Se libera la gente, claro que sí. Con ‘A toro bravo’ solo un poquito, con ‘El hombre de negro’ un poquito más y con ‘Salud y rocanrol’ ya bastante más. En realidad, si te centras exclusivamente en el escenario, tampoco es tan raro. Lo extraño es que nadie te pisa, nadie te empuja, nadie te derrama líquido indescifrable, nadie te grita en el oído sin motivo. La dichosa nueva normalidad elimina por decreto todas estas actitudes que con el tiempo añoraremos.

EL CONCIERTO MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

Fiel a su épica rockera, ha reiterado Loquillo en los días previos que este era el concierto más importante de nuestras vidas. Y claro que lo fue: «No sería humano si no dijera que la emoción es tremenda. Durante estos meses todos hemos perdido a familiares y amigos que no volverán pero estarán siempre en nuestros corazones».

Y es que no es que nos hayan robado el mes de abril que tanto le gusta a Sabina, es que nos detuvimos en el tiempo y todavía no hemos arrancado de nuevo. Sigue siendo marzo en nuestros corazones, día tras días todos iguales. Pero ahora que Loquillo a reabierto el Palacio de los Deportes de Madrid, podemos al fin decir que vuelve a estar abierto el Palacio de los Deportes: santo y seña de esta nuestra ciudad.

Ese público que empieza timorato, asustado y acojonado como un ciervo deslumbrado al lado de la niña de la curva, se viene irremediablemente arriba. Las vergüenzas se quedan en casa: desde donde también ven este concierto en streaming desde Argentina, Estados Unidos, México, Francia... según confirma el WiZink Center a Europa Press, sin poder precisar aún el número de espectadores.

Esta noche resucitó un casi muerto que puede que no estuviera nunca vivo, pues hablamos en realidad de un pabellón, pero desde luego el lugar tiene alma. Porque en el WiZink Center cohabitan cantidad de fantasmas de los millones de canciones que allí se han cantado a lo largo de los años. Muchos habrán abandonado el barco al dejar de ser cantadas durante cuatro largos meses, pero otras estaban simplemente esperando su momento.

‘El rompeolas’ es una de ellas. ‘Rocanrol actitud’ otra. Al público le cuesta un mundo y la banda se lo tiene que trabajar muy duro: eso está bien, el rock no puede ser una cosa fácil. ‘El ritmo del garaje’, ‘El rey del glam’ y ‘Yo quiero un camión’ ponen un punto atemporal que funciona para, en un ejercicio de trilero bien pillo, transmitir la sensación de que todo es una ensoñación.

«Quisiera agradecer vuestra presencia aquí por participar de esta noche solidaria a favor del Banco de Alimentos de Madrid», dice Loquillo, indudablemente ovacionado, quien aprovecha para proclamar: «Quisiera hablar alto y claro a favor de este oficio. De todos los artistas, músicos, técnicos, promotores, que merecen algo más que un nada. Por ellos, por todos».

Poco menos de hora y media con ‘Feo fuerte y formal’ y ‘Cadillac solitario’ como remate para una de las noches más extrañas que se vivirán en el WiZink Center. Y que así sea, porque ya la pasamos. A partir de ahora, que todo sea reabrir y reconstruir y, sin olvidar en absoluto el zumbido irreparable del más absoluto silencio de nuestras calles, aprender a escucharnos de nuevo.

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