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La singular vida de Osías Stutman (Buenos Aires, 1933) se define por ser plural. Una poética, con la que mantuvo un idilio pausado durante años en los que su doble vida de emigrante argentino en Estados Unidos se repartía entre la literatura y su carrera como experto en inmunología. Vidas paralelas y entrelazadas en las que abundaban las visitas al Instituto Cervantes y pubs neoyorquinos, nombres como Dylan Thomas o Frank O’Hara, 300 artículos en importantes revistas o la recuperación de la obra de Djuna Barnes. Ahora, desde la finca de su esposa en Manacor, rememora momentos e historias a través del «viaje subterráneo y los sueños vistos» de la memoria.

Su más reciente publicación, Mis vidas galantes (Comba), recoge tres libros suyos de su época más fecunda, pero son solo la punta de un iceberg que se inició cuando en 1961 ya incluyeron 22 de sus poemas en la Antología de Poesía Nueva en la República Argentina, donde acompaña a autores como Alejandra Pizarnik. Para entonces, Stutman ya era médico, pero las realidades políticas de Argentina le hacen emigrar a Estados Unidos, donde «en una semana pasé del verano argentino a vivir a 40 kilómetros del punto más frío de Estados Unidos en Minesota, donde el viento no tiene obstáculo desde el Polo Norte hasta la punta de tu nariz».

Escapadas

Su vida norteamericana giró en torno al trabajo en inmunología, pero «el interés por la poesía siguió». A la cual define como «montar en bicicleta, hay que hacerlo y no pensar mucho en cómo se hace». Es en esta etapa cuando «escapaba del laboratorio para asistir a clases de poesía con Allen Tate y John Berryman» antes de mudarse a Nueva York.

Si ya en Minesota tuvo contacto con «el ambiente bohemio de la ciudad» e incluso escuchó a «Bob Zimmerman antes de que se marchara y volviera siendo Bob Dylan», fue su llegada a Nueva York lo que supuso «un cambio total». En la Gran Manzana «aprendí rápidamente que tienes tantos niveles que si quieres culturizarte tienes de todo, y si quieres ser un burro también hay pastizales fantásticos», relata.

Otra vida que se sumó a la científica, llena de impulsos culturales en la que «el Instituto Cervantes fue mi segunda casa» y de donde recuerda a «José María Conget quien llevaba la parte cultural e hizo un trabajo inmenso y hasta logró encontrar al único poeta panameño».

«Trabajaba muchísimo, pero hacía mis escapadas» y no solo literarias, sino que también había búsquedas fantásticas, como «ir al White Horse para encontrar a Dylan Thomas, aunque al final acabé encontrando a Frank O’Hara». Todo ello porque «nunca le di la espalda a la poesía», como pudiera dar a entender el parón en la publicación que tuvo durante casi 20 años.

Algo escondido, sí, pero totalmente apegado a la poesía a la que aportó su grano de arena en forma de la recuperación de la obra de su admirada Djuna Barnes, algo «de lo que estoy muy orgulloso». Un trabajo «muy difícil que había que hacerse».

Ya en los 90 su vida poética ganó terreno de nuevo y publicó por primera vez en décadas en RevistAtlántica de Cádiz, que fue un «redescubrimiento» de quien algunos ya debían dar por muerto. Poéticamente, claro. A partir del 99 se dedica exclusivamente a la poesía y hasta ahora que sigue «escribiendo sobre todo lo que me da la gana».

Recuerdos, todos ellos, de una vida llena de lugares, momentos y, sobre todo, de versos propios y ajenos con las vidas de Stutman y sus maestros y compañeros del Parnaso entrelazadas. Los primeros, «llenos de meticulosidad y manías que me impongo al escribir», y que los editores sufren; los segundos, desde la forma de Rimbaud de entender la interpretación del lector: «Literal y en todas las maneras posibles» hasta el anhelo de Ingebord Bachmann de «volver a escuchar las olas del Mar de Bohemia», ficticio lugar que bautiza otro poemario de Stutman.

Memoria

¿Y qué poesía es la suya? Una viva y de asociación libre, «un ejercicio de memoria y transformación», de jugar con los recuerdos y «escribir sobre lo que puedo y todo lo que me pasa por la cabeza» a través de «engaños sin maldad con recuerdos verdaderos y falsos» con palabras en otros idiomas que visitan al castellano. Hasta puede el lector animarse a encontrar el único texto de Stutman en catalán en toda su obra.

Es tarea del lector dar vida a sus poemas a través de su «respiración» porque los versos están «medio muertos hasta que alguien los lee en voz alta y los hace suyos». De eso va la poesía de Stutman, si no toda, de la vida y las vidas que cada cual decide que ha vivido, como «el mensaje en la botella, en el negro mar, en el blanco mar, llegando o no a las costas firmes, a las manos ávidas, amigas y enemigas».

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