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A principios del mes de marzo, en plena primera ola de la pandemia de coronavirus en Europa, el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, anunciaba su medida estrella para controlar la pandemia en el país: la ‘inmunidad de rebaño’, en una estrategia posteriormente abandonada por el gobierno inglés, pero que vuelve a estar presente a medida que Europa ahora que se enfrenta a la segunda ola.

Las claves sobre la inmunidad de rebaño

Inmunidad de rebaño, también llamada ‘inmunidad de grupo’, consiste en dejar que una determina población se infecte para actuar como barrera contra la expansión de un virus. El concepto clave es el denominado número R (número reproductivo básico), que indica cuán infecciosa es una enfermedad. De este modo, mientras que esta cifra sea superior a 1, la patología seguirá expandiéndose de forma exponencial, pero en el momento en el que baje de este nivel (0,999), empezará a extinguirse de forma progresiva.

La inmunidad de grupo implica dejar que una determina población se infecte y que, de esta manera, actúen como barrera contra la expansión de un virus.

La opción de dejar infectar libremente a la población cobró fuerza con la denominada Declaración de Great Barrington, firmada por tres epidemiólogos de las universidades de Harvard, Oxford y Stanford: Martin Kulldorff, Sunetra Gupta y Jay Bhattacharya. Su planteamiento era más o menos el siguiente: permitir aquellos que se encuentran bajo un mínimo de riesgo de muerte vivir sin restricciones y diseñar políticas de protección para la población con un mayor índice de riesgo. En otras palabras, establecer distintos criterios de protección en función del riesgo de grupos de población. Muchos trataron la idea como una locura sin sentido pero, ¿realmente era un plan tan descabellado?

Sus impulsores plantean lo siguiente: permitir aquellos que se encuentran bajo un mínimo de riesgo de muerte vivir sin restricciones

«Es una estrategia poco ética, puesto que es difícil predecir cuánta población va a desarrollar la forma más grave de la enfermedad» explica María Esperanza Gómez-Lucía, del departamento de Sanidad Animal de la Universidad Complutense de Madrid. «Por otra parte, desconocemos mucho sobre la inmunidad que se desarrolla tras esta infección: su duración o si neutraliza o bloquea totalmente la infección. Además, sería más difícil impedir que la población de mínimo riesgo (que asumimos que son los jóvenes sanos) contacte con la población más vulnerable (predeciblemente los mayores de 60 años o con algún tipo de comorbilidad) que implementar otro tipo de medidas», concluye.

Con otras enfermedades, la protección de la población normalmente se busca a través de la vacunación. Pero en el caso del COVID-19, todavía no existe una vacuna fiable para el coronavirus SARS CoV-2, por lo que se han planteado otras posibilidades epidemiológicas para frenar la pandemia.

La inmunidad de rebaño se da cuando hay suficientes individuos protegidos inmunológicamente como para que el virus no avance.

«La inmunidad de rebaño, también llamada colectiva o de grupo, se da cuando hay suficientes individuos protegidos inmunológicamente como para que el virus no avance. La teoría -explica Gómez-Lucía- es que cuando una persona infectada expele virus, estos no pueden infectar a los individuos inmunes y, por lo tanto, acaba por desaparecer antes de alcanzar a individuos susceptibles».

Cuándo puede ser efectiva la inmunidad de rebaño

Para ser eficaz, indican los científicos, son necesarias tres condiciones: que exista un único hospedador (en este caso los seres humanos); que la infección se transmita de persona a persona, y que la transmisión induzca a una inmunidad sólida. Y este último punto es precisamente uno de los puntos débiles del coronavirus SARS-CoV-2, pues todavía no existen suficientes datos epidemiológicos que nos permitan asegurar el grado de inmunidad adquirido tras una infección. Incluso se han documentado casos de reinfecciones.

«Creo que es un error actual equiparar ‘inmunidad de rebaño’ a la inmunidad alcanzada cuando un número elevado de personas adquieren la infección de forma natural, puesto que lo habitual es que se adquiera mediante la vacunación», aclara Gómez-Lucía, quien argumenta que el umbral de la inmunidad de rebaño depende de la contagiosidad del virus.

Según explica la experta, para un virus poco contagioso, el umbral de inmunidad necesaria para proteger a la población podría ser solo del 30%. «En esee caso, si un 30% de la población es inmune, el virus va a tener muy difícil el trasmitirse. Sin embargo, en el caso de un virus muy contagioso, como el del sarampión, el umbral es muy alto, alrededor del 95% (de ahí lo importante de alcanzar una cobertura alta de vacunación frente al sarampión).» En el caso de SARS-CoV-2, afirma, se ha estimado que la inmunidad de rebaño corresponde a un 70-75%, aunque quizá todavía no hay suficientes datos como para garantizar este valor.

El caso de la viruela

Para ilustrar este hecho, los expertos ponen como ejemplo el caso de la vacunación de la viruela. En un primer momento, afirman, se estimaba que una cobertura de un 90% podría ser suficiente para erradicar la enfermedad. Sin embargo, ni siquiera un índice de protección tan alto garantizaba la erradicación de una enfermedad, y eso que, a diferencia de la Covid-19, solo se transmite a partir de personas con síntomas. ¿Cómo podría controlarse, más sin vacuna, una enfermedad con alto índice de transmisión asintomática sin ayuda de vacunas o medidas de contención?

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Alta mortalidad

La inmunidad de rebaño es ‘una falacia sin evidencia científica’, advertía recientemente un grupo de 80 investigadores en una carta abierta de la publicación científica The Lancet. En ella, los científicos advertían de que la ausencia de medidas de control aumentaría significativamente la mortalidad en toda la población, afectaría toda la economía y prolongará todavía más la epidemia, además de colapsar los sistemas sanitarios.

Según algunos cálculos científicos, la inmunidad de rebaño ocasionaría unos 77 millones de muertos.

Sin embargo no todos piensan así. «No creo que sea una falacia», apunta Gómez-Lucía, quien recuerda que este concepto se refiere a una inmunización de la población, aunque no necesariamente por haber sufrido una infección natural. «Creo en la inmunidad de rebaño, pero adquirida tras la vacunación», explica la experta, que evoca el caso de otras infecciones, como la viruela, la polio o la peste bovina, que hemos conseguido superar.

La jefa de científica de la OMS, Soumya Swaminathan, quien se adhirió a esta iniciativa, incluso se avino a poner cifras: la inmunidad de rebaño natural traería unos 77 millones de muertes, aproximadamente el 1% de la población mundial. A este respecto Gómez-Lucía apunta que se trata de «un riesgo nada asumible habida cuenta los otros métodos de protección de la población existente. Conocemos cómo se transmite el virus: fundamentalmente por el aire a corta distancia, aunque también por aerosoles a mayor distancia. El empleo de mascarillas, el distanciamiento y la higiene de manos son medidas fáciles que todos nosotros podemos implementar», aclara.

Según la experta, medidas como los tests de detección a los individuos sospechosos (o si es posible ampliados al conjunto de la población), notificando rápidamente los resultados para poder hacer una trazabilidad y aislamiento preventivo inmediatos, así como los sistemas informáticos de alerta son medidas que las autoridades deben esforzarse en mejorar pero son útiles a la espera de una vacuna sin tener que sufrir la pérdida de tantas vidas humanas.

En su argumentario, los científicos firmantes de la declaración de The Lancet explicaban que “cualquier estrategia de gestión de la pandemia que dependa de la inmunidad de las infecciones naturales por coronavirus es errónea”, y que si se deja que se infecten las personas más jóvenes (aquellas que tienen un menor riesgo de muerte), aumentaría significativamente el riesgo de mortalidad para toda la población, provocando un “enorme coste humano”.

La diferencia principal entre optar o no por la inmunidad de rebaño natural, alegan los expertos, es el tiempo. Si todo el mundo enferma a la vez, el sistema hospitalario se resentirá indudablemente. Si, por el contrario, se protege a la población de una incidencia descontrolada del virus, se gana tiempo para evitar que se dispare la incidencia acumulada de la enfermedad y para diseñar fármacos que la combatan. Y en una pandemia, como en la vida, el tiempo es oro.

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