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“Yo no soy un artista, soy un hombre que pinta”, se definió a sí mismo L. S. Lowry (Manchester, 1887-1976), un pintor británico que no obtuvo reconocimiento hasta superados los cincuenta años, después de pasarse toda una vida trabajando como cobrador de alquileres inmobiliarios y cuidando a su anciana madre. Muy popular en Inglaterra, el “no artista” ganó celebridad retratando paisajes industriales de su propio barrio obrero de Manchester, Pendlebury. Por aquel entonces, era insólito que alguien se fijara en las modestas viviendas de los trabajadores y las imponentes fábricas con chimeneas, muy alejadas de lo que comúnmente se conoce como un lugar bello. Con un estilo sencillo cercano a lo naïf, quizá lo más célebre de su obra sea la forma en que dibuja las figuras humanas, a las que llamaba “Matchstalk” y que aparecen difuminadas dando a entender la nueva condición del ser humano en el siglo XX que Ortega y Gasset llamaba el “hombre masa”.

Se estrena ahora una película titulada La Sra. Lowry e hijo en la que se recrea la tortuosa relación del pintor con su madre, una mujer amargada porque su esposo murió dejando como herencia una fortuna en deudas. Dos grandes actores anglosajones como Timothy Spall y Vanessa Redgrave dan vida a esta extraña pareja en un filme dirigido por Adrian Noble que transcurre casi por completo en la humilde casa que comparten. Desconocido aún en la edad madura e inseguro sobre su talento, el pintor se desespera por una madre castradora experta en chantaje emocional que, temerosa de ser abandonada en la cama donde está postrada, se dedica a destruir la autoestima de su hijo para manipularlo. Un juego perverso del que el cobrador de alquileres no parece consciente, obsesionado con agradar a una mujer que solo demuestra su cariño a cuentagotas.

La conocida excelencia de Spall y Redgrave son el sustento de una película un tanto desvaída y gris a la que le falta lo que se supone que le sobraba al artista, ese hombre que decía que lo único que se necesita para pintar es “sentimiento”. La película se equivoca al dulcificar la brutal situación que retrata con ánimo de convertir una relación enfermiza en un toma y daca donde existe una igualdad moral entre la víctima y la agresora, esa mujer espantosa e histriónica empeñada en hacer sentir culpable a su hijo por el mero hecho de haber nacido. De esta manera, el director cuenta la tragedia de un ser aniquilado en su integridad con una compasión por el monstruo que no merece a pesar de los esfuerzos de Redgrave por mostrar la verdadera naturaleza maligna de su personaje.

@JuanSarda



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