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El proceso de analizar y comprender la dinámica de las elecciones presidenciales en Estados Unidos tiene sus particularidades con respecto del resto de las democracias occidentales. El electorado se mide por segmentos tradicionales; es decir, la identificación con un partido, la raza, la condición socioeconómica, la ubicación geográfica, niveles de escolaridad, etcétera.

Sin embargo, en Norteamérica al análisis del comportamiento de los votantes se ha incorporado un poderoso componente: la identidad religiosa. En el proceso electoral de 2016, el voto casi compacto de protestantes y protestantes evangélicos blancos –que representan cerca de 25% del electorado– fue determinante para el triunfo de Donald Trump.

La presidencia demócrata de un afrodescendiente, como Barack Obama, conmocionó a la clase política anglosajona y al conservadurismo de pastores cristianos que, sin duda, jugaron un papel crucial en la derrota de Hillary Clinton, de tal suerte que para 2020, según el famoso pastor Jim Wallis, “votar en esta elección podría volverse más confesional que electoral o partidista. Se convierte no sólo en un referéndum sobre nuestra democracia, sino en un referéndum sobre nuestra fe”.

A pesar de un creciente proceso de secularización y desapego de las nuevas generaciones a la religión, Estados Unidos es la nación, en comparación con otros países industrializados, con el mayor nivel de religiosidad. Poco menos de 90% cree en Dios y 55% dice que reza regularmente, mientras en Francia lo hace sólo 10% y en Reino Unido 6%. Históricamente, la diversidad de las comunidades religiosas en la conformación de la nación llevó a la separación histórica de las Iglesias con el Estado.

El pluralismo religioso fue protegido creando diversos mercados para la religión. Esto explicaría por qué las Iglesias se han convertido no sólo en lugares dinámicos de culto, sino también en lugares de formación, intercambio, protección social y cultural, incluso para inmigrantes y minorías. Dicho de manera diferente, las Iglesias no sólo aportan la salvación de las almas, sino que se han convertido en espacios de agregación social, proporcionando identidad y conciencia social.

Existe un conservador nacionalismo cristiano bajo la supremacía blanca. El gran relato de Norteamérica es que nace como una nación cristiana. Los pioneros fundadores, cristianos blancos, son, por tanto, los genuinos líderes de la nación. Sin embargo, ese mismo cristianismo puritano fundamentó teológicamente la existencia y el ejercicio de la esclavitud. Dicha supremacía blanca en Estados Unidos significa que protestantes y protestantes evangélicos blancos han disfrutado de privilegios no otorgados a las comunidades religiosas no blancas, evangélicas o de otro tipo.

En las últimas elecciones presidenciales, un conjunto de temas religiosos ha pasado a primer plano en el debate político. Ese conjunto han sido el aborto, los derechos LGBTQ, familias igualitarias y la libertad religiosa.

Como candidato, Joe Biden habla desde su fe, mientras Trump lo hace desde la religión.

Biden, a pesar de ser católico, no cuenta con el respaldo automático de los católicos blancos que le miran con desconfianza por las posturas liberales en materia moral enarbolados por el partido demócrata. Biden es cauteloso ante el profundo conservadurismo de los cristianos blancos. Es visto con reservas no sólo porque fue el vicepresidente de Barack Obama, sino porque ha decidido que su compañera de fórmula sea la senadora Kamala Harris, una activista aguerrida del feminismo de origen afroamericano y asiático estadunidense. Harris, bautista, afianza el voto afroamericano, pero incrementa las objeciones del evangelismo intransigente. Por ello, Biden se ha mostrado mesurado e intimista. Como candidato, habla de su experiencia personal de fe.

Por el contrario, Donald Trump proclama la política religiosa; es decir, políticas de Estado en materia religiosa contra el aborto, ofrece bajar presupuesto a la dependencia de planificación familiar y promete mayores libertades a las Iglesias. Destaca sus iniciativas frente a Israel para acercarse a la pequeña pero poderosa comunidad judía.

¿Cómo se conforman las simpatías electorales por parte del amplio mosaico de Iglesias en Estados Unidos? Alan Cooperman, director de investigación religiosa en Pew Research Center, especializado en encuestas, nos ofrece la siguiente radiografía: Donald Trump podría contar con el apoyo de los protestantes blancos y los protestantes evangélicos blancos, que constituyen cerca de una cuarta parte del electorado.

Los católicos, que representan poco más de 20%, están divididos. La mitad blanca ha venido votando por los republicanos, mientras que el voto de la otra mitad de católicos hispanos ha sido volátil, pero se estima que ahora irán con los demócratas.

Biden podría contar con el favor electoral de los protestantes negro y con el apoyo de los católicos hispanos, judíos y musulmanes.

Pero falta el grupo más importante, los llamados “nones”, personas que no se identifican con ninguna religión organizada. Muchos de ellos son millennials, también jóvenes agnósticos y ateos. Los nones han ido creciendo, son cerca de 30% y son parte de la población de los jóvenes adultos de Estados Unidos. Han crecido como segmento y son afines a la coalición demócrata en 65%.

Cooperman inquiere: “la verdadera pregunta sobre los nones no es en qué dirección votarán, sino cuántos de ellos saldrán a votar”. Dicha porción electoral presenta altos índices de abstención. Probablemente las mujeres tengan un mayor nivel de participación electoral.

Joe Biden encabeza las encuestas de preferencia, pero éstas no son una garantía de triunfo. La política es sucia y se ha convertido en una cobija maloliente de escándalos y llamativos espectáculos. Sin embargo, analistas constatan que el mal manejo de la crisis sanitaria del covid-19, su impacto en la economía del país y sobre todo las confrontaciones raciales han minado severamente la ascendencia del presidente Trump.

Doug Pagitt, pastor de Minnesota y director ejecutivo de Vote Common Good, cree que Trump está perdiendo atractivo entre los estadunidenses religiosos y ve difícil mantener su ascendencia sobre los votantes evangélicos y católicos que lo respaldaron hace cuatro años.

El covid-19 ha cambiado la vida estadunidense, no sólo por las muertes trágicas que ha provocado, sino porque ha puesto al descubierto las enormes desigualdades raciales y las injusticias del sistema social de seguridad norteamericano.

El sufrimiento es tan desigual como el sistema de las relaciones entre ciudadanos de la sociedad norteamericana. La pandemia ha mostrado que los estadunidenses negros, latinos y originarios están hospitalizados por el virus cinco veces más que los estadunidenses blancos. El asesinato público de George Floyd puso en evidencia que el racismo sistémico es también un desafío religioso.

Justo a 30 días de la elección norteamericana, el Papa Francisco publicó su encíclica Fratelli Tutti. Es una encíclica que presenta su visión y pensamiento sobre el rumbo civilizatorio. Cuestiona la absolutización del mercado y los dogmas neoliberales. Pregunta qué hemos aprendido de la crisis del coronavirus. ¿Vamos a regresar igual a una nueva normalidad? ¿O debemos repensar grandes cuestiones civilizatorias, como el nacionalismo ciego, el racismo, los derechos humanos de los migrantes, la naturaleza, la justicia, la libertad y la democracia?

Francisco llama a construir estructuras sociales alternativas que tengan como centro la fraternidad y la dignidad humana. Los duros cuestionamientos del pontífice romano, ¿tendrán efecto en el electorado conservador cristiano? Lo veremos en noviembre.

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