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“No sé qué es la poesía para mí. Es una forma de ser, de mi ser. Todo lo demás de mi vida son accidentes… La poesía no fue accidental. Mi poesía soy yo”, explicaba Idea Vilariño (Montevideo, 1920-2009), en una de las pocas entrevistas que dio en su vida, a Elena Poniatowska. Pesimismo, sensibilidad, existencialismo, empatía, confesión… son los rasgos que marcan los versos despojados y desnudos de la poeta uruguaya, uno de los máximos exponentes de la Generación del 45 donde también brillaron los versos de Mario Benedetti e Ida Vitale, que condensó en una poesía limpia y desgarrada el dolor de una vida marcada por el amor, una tormentosa y pasional relación de varios lustros con su coetáneo Juan Carlos Onetti, y la muerte de buena parte de su familia.

Reconocida en todo el mundo latinoamericano como una de las grandes del siglo, su figura tiene menos resonancia en nuestro país que la de sus compañeros de generación. Por eso ahora, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, la Casa de América le rinde homenaje con el recital Si muriera esta noche, en el que seis escritoras recorren su obra y su vida, ambas intensas, complejas e inseparables. Esta tarde a las 19:30 la uruguaya Carmen Posadas, la venezolana Michelle Roche Rodríguez, la mexicana Brenda Navarro y las españolas Edurne Portela y Lara Moreno, bajo la coordinación de la estadounidense Valerie Miles ofrecerán un recital de sus poemas que puede seguirse desde las redes de la institución y el canal multimedia de #NOSOLOPOETRY.

“Cada una de las participantes leerá en orden cronológico alguno de sus poemas. Como a Idea le importaba mucho la música y la sonoridad, no en vano fue también compositora, organizamos el acto estilo coro con la idea de tejer un tapiz de la poesía de Vilariño a lo largo de su propia vida”, explica la escritora y editora, responsable de Granta en España, Valerie Miles. Y es que además de poeta, Vilariño fue profesora, bibliotecaria y compositora, estudió violín y piano, por lo que “es imposible separar esta educación sonora a la hora de componer sus poemas. Muchos de ellos han sido llevados a la música, por ejemplo, su himno «Los orientales» o el tema «La canción y el poema», interpretado por Alfredo Zitarrosa.

Dolor y soledad

Nacida en una familia de la burguesía montevideana, su relación con las letras y la música fue casi innata. Su padre fue un poeta anarquista que le legó además de su amor por los libros, su compromiso político, una exquisita educación y un nombre con intención como el de todos sus hermanos — Numen, Poema, Azul y Alma—, y su madre era una lectora voraz especialmente amante de la literatura europea y la música. Volcada desde muy joven en la escritura, en 1945 publicó La suplicante, poemario que sería inmediatamente reconocido también a nivel internacional. Pero también desde época temprana sufrió diversos problemas de salud, asma agudo y un eccema que hacía que se le cayera la piel. A esta fragilidad física se unía la emocional, hondamente afectada por la muerte temprana de sus padres y de su hermano mayor, lo que hizo del duelo una constante en su vida.

«Vilariño tenía una gran capacidad para la empatía y una brújula moral muy fuerte. A través de su dolor personal podía empatizar con los demás». Valerie Miles

Juan Ramón Jiménez, asiduo en aquellos años a esa generación, dijo de ella que estaba “enferma de dolor y soledad”, apunta Miles, que afirma que Vilariño “es una persona que ha experimentado lo que es el sufrimiento. Desde siempre tuvo muy cercana la idea de la muerte y la enfermedad. Entendía muy bien lo que es el dolor en carne propia”. Es por eso que según la editora “tenía una gran capacidad para la empatía y una brújula moral muy fuerte. A través de este dolor personal podía empatizar con el sentimiento de los demás, aunque siempre desde la distancia, pues se autoimpuso el aislamiento”.

Benedetti, Manuel Claps, Neruda, Rodríguez Monegal, Idea Vilariño y María Carmen Portela

Estos temas, la asunción de la muerte, la finitud del amor, la intensidad de algunas rebeldías y del deseo, son el núcleo vertebrador de una poesía que destaca por el desgarro, la intimidad y un lenguaje, crudo, directo, una aparente sencillez espontánea que logra empatizar intensamente con el lector. Algo que logra, en palabras de Brenda Navarro, porque «escribe con las vísceras, no le importa descarnarse frente al lector. Aunque seguramente pensaba y corregía sus poemas, escribe mucho en caliente y eso que quiere sacar de sí desesperadamente, está ahí resonando. Es un dolor tan vivo que cualquiera podemos sentirlo como nuestro, porque sabemos que es algo que nos ha pasado o nos va a pasar”.

Un amor entre tinieblas

Muchos de estos versos sencillos y desgarradores, capaces de describir en pocas palabras la existencia humana, los dedicó Vilariño al amor, un amor que si bien tiene en su obra momentos de dulzura aparece mayoritariamente retratado como perdido, doloroso y feroz, como ocurre con los poemas dedicados a Onetti. Ambos escritores se conocieron a principios de los años 50, como refleja la dedicatoria que Onetti adjuntó a su novela Los adioses (1954) y la aparición de él en poemarios de Vilariño como Nocturnos (1955) y especialmente Poemas de amor (1957). Así comenzaron cuatro décadas de encuentros y desencuentros, ambos casados con otros desde mediados de los 70, que marcaron la pasional, oscura y tormentosa relación en la que, como afirmó la escritora al final de su vida, sólo compartieron nueve noches.

«Escribe con las vísceras en caliente, no le importa descarnarse frente al lector. Aunque luego corrija, eso que quiere sacar de sí está ahí». Brenda Navarro

Para Idea el amor era pasión o no era, como ella misma decía. Le gustaba mucho este amor torturado no buscaba la tranquilidad, sino el desgarramiento. Ya en sus diarios juveniles se aprecia a una mujer que buscaba esta pasión, este fundir el yo en el otro. Cuando esto ya no era posible el amor no le interesaba. Esto se vio plenamente en su relación con Onetti, un amor muy pasional, sí, pero tumultuoso, intranquilo, de dolor autoinfligido, de conquista”, explica Miles. “Para su poesía, completamente despojada y que buscaba siempre estar frente al abismo, iba muy bien, pero en vida la destrozó. Ella misma dijo en una entrevista que Onetti era el hombre que nunca debía haber conocido, que esa relación no fue buena para ella”.

Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti en Madrid en 1987

Un compromiso vigente

Pero más allá de lo romántico, el amor tomaba en su obra una dimensión mayor, como explica Navarro. “Idea siempre está entre el eros y el tánatos, que es lo que define la vida. Siempre estamos viendo quién nos ama, y lo hacemos porque sabemos que un día vamos a morir”. Así, su selección de poemas, integrada por “El huésped”, “Estás solo”, “El amor” y “No hay ninguna esperanza”, recorre todas las fases del amor, desde el “romance doloroso y escabroso” hasta cuando comprendes que “aunque seas una persona digna de amar terminas descubriendo que estás solo. El último reflexiona sobre la muerte y cómo no hay ninguna esperanza de volverte inmortal o de que la vida sea menos injusta”.

«Más que el legado de Idea, que sigue vivo en su obra, me preocupa el legado de la poesía en general, especialmente de la escrita por mujeres». Lara Moreno

Sin embargo, quien piense que la obra de Vilariño se agota en bucear en todas las aristas y matices del amor, sombra que también nubla a veces a Benedetti, está igualmente equivocado. Su poesía abarca mucho más, especialmente un compromiso político y social de corte humanista que es común a toda esa generación que sufrió la dictadura, el fin del sueño revolucionario, y en su mayoría el exilio. “Estuvo muy comprometida políticamente, tenía férreas opiniones y principios, ideas sobre las revoluciones latinoamericanas y la dictadura, pero sabía separarlos de su ámbito creativo”, defiende Miles. “Siempre defendió que la efectividad de un poema político no reside en la poesía, sino en el mensaje. Sin embargo, tuvo claro que la poesía en mayúsculas estaba en otro lugar”.

En esta parte más política y social de su obra se interna Moreno, que asegura que a pesar de ser de una familia acomodada, “tuvo siempre una conciencia muy desarrollada de sus privilegios y fue muy crítica desde ahí de una forma muy honesta”. Los poemas que ha escogido, de libros como Cielo, cielo (1947), Pobre mundo (1966) y No (1980) “son de un carácter más contemplativo, con muchísimos de esos juegos con la palabra y con el ritmo que hace ella, esas repeticiones tan libres, que muestran otras facetas de su obra”. Destaca la autora los versos “muy sociales y muy políticos de “A Guatemala”, que trata de una chica que emigra, y de “A René Zavaleta”, que hace una lectura de este mundo de poderosos y vulnerables. Ambos me impresionaron sobre todo por su actualidad, su vigencia”.

Una poesía palpitante

Una vigencia que se hace extensiva a toda una generación revitalizada para el lector con hitos recientes como el también centenario de Benedetti o el Premio Cervantes concedido a Ida Vitale. “Es maravilloso este reconocimiento ahora, porque nos demuestra que el arte, la poesía, el pensamiento, no muere nunca. Muchas veces está tan por delante de su tiempo que tardamos en reconocer el valor que tiene. Es el caso de esta Generación del 45, silenciada por el poder político de la dictadura que trató de esconder el legado humanístico de esa generación de educadores, periodistas, pensadores, ensayistas y creadores que hoy de nuevo brilla con fuerza”, aplaude Miles.

«Los poemas de Idea tienen una resonancia que dura mucho tiempo en la mente del lector. Se transfigura con cada lectura, es algo vivo, palpitante». Valerie Miles

En este sentido, Moreno se lamenta de que el legado de la poesía “siempre es un poquito complejo. Últimamente estas voces de mujeres tan potentes están llegando bastante más lejos y espero que esto siga así”, reconoce. “Más que el legado de Idea, que sigue vivo en su obra, me preocupa el legado de la poesía en general, especialmente de la escrita por mujeres. Todavía hay lectores que tiene un prejuicio muy grande con este género, que encierra todos los demás”.

Volviendo a la poeta uruguaya, Navarro afirma que su legado, más allá de su obra, reside en el ejemplo que da a las nuevas con el compromiso que tuvo desde joven con la cultura. “Fue una mujer que a los 30 años ya era reconocida y estuvo toda su vida cerca de las artes. En lo privado, destacaría su forma de hablar del dolor de estar viva, algo muy necesario en este momento que estamos viviendo. Su poesía nos introduce en temas y debates filosóficos que solemos evitar porque no son fáciles de digerir ni como personas ni como sociedad”.  

Y, además, lo hace de un modo paulatino y elegante, pues como condensa Miles, “conseguir el nivel de desnudez que tienen sus poemas es altamente complicado. Tienen el efecto de que los lees y parecen una cosa muy limpia, pero poco a poco las ambigüedades inherentes en algo tan despojado empiezan a tener su efecto”, razona la editora. “Los poemas de Idea tienen una resonancia que dura mucho tiempo en el lector, que de pronto se encuentra pensando: ‘ah, pues a ver si lo que quería decir no era en realdiad…’. Y de pronto el poema se ha transfigurado. Ahí reside la magia de su poesía, en que es algo vivo, palpitante. Sigue, como su legado, en la mente del lector mucho tiempo después», concluye.

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