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Daniel García Quiroga

Maestros, jornaleros, modistas. Afiliados a partidos políticos y a sindicatos. Hombres, mujeres, rojos. Padres, madres, hermanos, hijas de alguien. “Lorca eran todos”, recuerda la placa colocada en el lugar en el que fueron arrojados sus cadáveres a partir del golpe de julio de 1936, en el mismo paraje en el que fue asesinado el poeta español más universal de todos los tiempos. Lorca eran todos y es de todos. En democracia se realizaron varios intentos para encontrarlo. Ahora, a pocos metros de aquellas excavaciones infructuosas, un grupo de familias anónimas celebra que ha llegado su turno.

Durante años los familiares de los fusilados han peregrinado por la llamada carretera de la muerte hasta ese barranco en Víznar (Granada) donde siempre hay flores y versos de quienes no les olvidan. Algunos ya no podrán ver que la tierra se abre por fin para recuperar a los suyos, pero antes de irse, cedieron el testigo a sus nietos. Si se cumplen los cálculos de los expertos, la exhumación de dos fosas —hay cinco localizadas en la zona— permitirá recuperar los restos de más de 300 personas asesinadas sin juicio ni sentencia y enterradas sin nombre y apellidos.

Un equipo multidisciplinar integrado por arqueólogos, forenses, criminólogos, sociólogos y documentalistas de la Universidad de Granada y dirigido por el profesor de arqueología Francisco Carrión y el historiador Rafael Gil Bracero ha iniciado la apertura de estas fosas gracias a sendas subvenciones (de 28.000 y 18.000 euros) del Ministerio de la Presidencia al centro educativo y al Ayuntamiento de Víznar. “Este lugar fue, como describió Agustín Penón [hijo de exiliados españoles en EE UU que viajó en 1955 a Víznar para averiguar cuanto pudiera del asesinato de Federico García Lorca], el preludio de Auschwitz [campo de exterminio nazi]. Para el secretario de Estado de memoria democrática, Fernando Martínez, “con las exhumaciones, el Gobierno pretende cerrar una página negra de la historia de España”.

El rector fusilado

Entre las 300 víctimas, los técnicos buscan a uno de los suyos, el arabista Salvador Vila. Había participado en las protestas estudiantiles contra la dictadura de Primo de Rivera. En Berlín, formándose con una beca, había conocido a su mujer, Gerda Leimdörfer, miembro de una familia judía que sería perseguida por los nazis. En 1933 había obtenido la cátedra de cultura e instituciones musulmanas en la Universidad de Granada y unos meses antes del estallido de la Guerra Civil había sido elegido rector de la misma. “Depuesto por José Valdés Guzmán, el sanguinario gobernador civil rebelde de Granada”, recordaba el hispanista Ian Gibson, fue detenido y fusilado el 23 de octubre de 1936. Tenía 32 años. Su esposa esquivó la muerte gracias a la mediación del compositor Manuel de Falla y a cambio de convertirse al catolicismo. Desaparecido el verdugo, en 1975, se colgó en la Universidad su retrato. Y ahora, casi 85 años después de su asesinato, una nueva generación de compañeros, incluidos jóvenes estudiantes del máster de arqueología y antropología forense, busca sus restos.

En ese barranco al borde una pendiente de unos 10.000 metros cuadrados María José Sánchez busca también a un familiar. “Se llamaba Rosario Fregenal, pero le decían La Fregenala. Era modista y republicana, como toda la familia, y muy conocida por su actividad en el sindicato”. Su padre era zapatero, su madre, costurera. El miedo a que tomaran represalias contra los suyos fue más grande que el miedo a que la mataran y por eso La Fregenala rechazó la posibilidad de huir. La primera vez que la detuvieron, la dejaron libre. De la segunda, no volvió.

Rosario Fregenal, fusilada en 1936.
Rosario Fregenal, fusilada en 1936.Cedida por la familia

Manuel de Falla también intercedió por ella porque su hermana era clienta y amiga de La Fregenala, pero esta vez no logró salvarla. “La mataron con otras cuatro mujeres”, relata María José. “Su madre murió poco después de que se la llevaran porque no se recuperó ni del culatazo que le dieron ni del disgusto. Mis padres vivían con mi abuela y mi otra tía y el sufrimiento se ha transferido en mi familia de generación en generación. A mi madre le daba miedo hablar, cada vez que preguntaba por la tía Rosario me tapaba la boca. A mi abuela y a mi otra tía les prometí que haría lo que fuese para encontrarla. Cuántas lágrimas he visto derramar en mi casa”. Como las que se le cayeron a María José cuando volvió al barranco de Víznar en el que ha estado tantas veces para homenajear a las víctimas —todos los veranos hay una velada poética en su honor—, pero esta vez para ver a los arqueólogos que preparaban el terreno para abrir la fosa. “Fue una emoción grandísima”.

Una casa llena de viudas

Las mismas escuadras negras que recogían, para matarlos, a grupos de detenidos en los primeros meses de la Guerra Civil, fueron también a buscar a José Raya Hurtado, presidente de la agrupación socialista de Granada, tipógrafo y padre de ocho hijos. Había colocado la bandera republicana en el Ayuntamiento y como era tipógrafo, había imprimido y repartido propaganda republicana. Suficiente para que, sin causa, juicio ni sentencia, fuera fusilado el 25 de agosto de 1936 con otros 11 hombres, entre ellos un padre y su hijo. “Aquel día empezó el luto eterno en mi familia. La casa se llenó de viudas”, relata Ángela Raya. “Mataron a mi abuelo, a uno de sus hijos, y a un sobrino. Su hija menor, de 30 años, murió de un ataque al corazón. Otro hijo perdió la vida en el frente y su mujer, mi abuela, no volvió a salir nunca de casa”.

Uno de los hombres que participó en el asesinato de José Raya aseguró que se había quitado las gafas para meterlas en el bolsillo de la chaqueta cuando le apuntaban con el fusil. Los arqueólogos las buscarán ahora entre los huesos. “Era un hombre bueno y no merece estar tirado en un barranco, sino en un lugar digno, con sus apellidos”, zanja su nieta.

“Ya era hora de actuar en un lugar tan significativo”, coincide Carrión, que ya ha participado en otras exhumaciones en la zona, una de las más castigadas por la barbarie franquista. Cree que los trabajos pueden prolongarse hasta bien entrado junio. Los restos serán analizados en el departamento de medicina legal de la Universidad de Granada. Las muestras pasarán a un banco de ADN porque aunque ahora hay 37 familiares pendientes de ese agujero en la tierra, la experiencia de la Asociación Granadina para la Memoria Histórica es que cuando las exhumaciones se hacen públicas siempre aparecen más familiares con la esperanza de encontrar a sus desaparecidos.

Trabajos de xhumación en el barranco de Víznar.
Trabajos de xhumación en el barranco de Víznar.Daniel García Quiroga

Los intentos para localizar la fosa de Lorca

Las fosas que ahora se abren en el barranco de Víznar (Granada) están a solo 800 metros de uno de los lugares donde un grupo de arqueólogos intentó, sin éxito, encontrar la fosa donde Federico García Lorca fue enterrado junto a dos banderilleros, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, y un maestro, Dióscoro Galindo. El investigador francés Claude Couffon estaba convencido de que el poeta fue asesinado y enterrado en este barranco, aunque expertos como Ian Gibson, que ha dedicado su vida a investigar la vida y la muerte de Lorca, apuntaban a otro lugar, el que le señaló Manuel Castilla, quien dijo haber enterrado los cuerpos.

Se han realizado tres intentos de localizar la fosa del poeta en 2009, 2014 y 2016. El primero, en el Parque García Lorca; el segundo, a menos de un kilómetro de la primera excavación y el último, en el polígono número 9 de Alfacar (Granada). Las intervenciones infructuosas, a las que siempre se han opuesto los descendientes del poeta, avivaron las teorías sobre su paradero final: desde que la familia se llevó el cadáver, hasta que terminó en el Valle de los Caídos.

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