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El galardonado director de cine David Trueba, quien logró varios Goya por su bella cinta Vivir es fácil con los ojos cerrados, acudió este martes a la que es su segunda casa, el CineCiutat, donde presentó su nuevo título, A este lado del mundo. En ella invierte el foco sobre la inmigración poniendo al protagonista, Alberto, de frente a la valla de Melilla pero desde nuestro lado, el de un ciudadano cualquiera que es lo que Trueba define como un «Mr. No sé».

¿Contento por regresar al CineCiutat a estrenar una película?
— Sí, la verdad es que sí. Decidimos estrenar online porque situaciones extraordinarias requieren medidas extraordinarias y sabíamos que la película quedaría sepultada bajo el rodillo de la crisis, pero también queríamos que llegara a salas con afición. Además, tengo con Mallorca una cercanía emocional y el Ciutat es un ejemplo contra la destrucción del tejido de cines que España ha hecho estos últimos 20 años que ha dejado a ciudades de 50.000 habitantes o más sin ninguna sala.

¿Sabe que aquí llaman ‘hacer un Trueba’ a llenar la sala?
— Sí y la verdad es que me encanta porque estas cosas te animan mucho. Entre todas estas cosas que hacemos que parecen inútiles como hacer películas que cuando las comparas con un bombero o un médico te preguntas para qué sirve lo que hago, pues dices: para poner tu granito de arena en tu sector.

Alberto, el protagonista de la cinta, es un ‘Mr. No sé’, ¿qué es eso?
— El Mr. No Sé es un ciudadano medio de un país desarrollado que dice a todo ‘no sé’. Solo quiere acostarse por la noche con la conciencia tranquila y sostener su estatus económico sabiendo que no está pisoteando a nadie. Creo que hay que hacer un esfuerzo en llamar a los conflictos y decidir dónde estamos nosotros. Por eso la película incomoda a todo el mundo.

¿Se podría decir que es lo opuesto a un cuñado?
— (risas). De lo que se trata es de tomar partido pero hacerlo inteligentemente. No me gusta predicar entre los convencidos. Es fácil e incluso pornográfico ir a que te den palmaditas en la espalda los que piensan como tú. Tiene más interés adentrarse en el territorio en el que tú mismo te sientes incómodo y te agitas. Hay muchas cosas que no tienen arreglo pero es importante no perder de vista que incluso sobre esas no debemos perder la dignidad.

¿Cómo se plasma eso en sus películas?
— Un amigo mío dice que mis películas son muy socráticas porque están llenas de un diálogo entre partes enfrentadas con un testigo que no tiene una idea clara. Es un posicionamiento social que deberíamos recuperar. No se trata de un posicionamiento de trincheras, sino sentir que estás en el centro y que en caso de guerra eres la víctima o el rehén, como decía Woody Allen.

Algo que no parece muy al día con nuestra clase política.
— Los políticos ahora se llenan la boca de unión, y estoy de acuerdo, pero apelan a ella desde la desunión. Creo que hay que ir a buscar al que es contrario y ver en qué podemos estar de acuerdo. La unión no debe ser solo un eslogan sino una forma de estar en el mundo.

¿Cree que eso puede lograrse a través de las películas?
— Las películas son muy humildes, no hay que creer que con una peli puedas cambiar algo. Pero sí puedes tocar la mentalidad de la gente y es cierto que todos formamos parte de la opinión pública. Si este es nuestro grano de arena y se suma a un millón pues ya es algo. Lo que no puede ser es el fatalismo contrario de que como solo es un grano de arena no sirve para nada.

El actor de la película Zidane Barry saltó realmente la valla de Ceuta, ¿por qué era importante que fuera real?
— Porque era un papel muy pequeño que no tiene diálogo y no se puede explicar. Necesitas que esté lo más cerca posible del personaje que quieres retratar. Al final en sus ojos, en su físico, en su forma de mirar va a contar mucho más de lo que cree y tiene una fortaleza por todo lo que ha pasado que es como una sombra en sus ojos. Al fin y al cabo es una lotería nacer aquí o allá, por eso la peli se llama así.

¿Cómo cree que España ve el problema de la inmigración?
— España, salvo elementos puntuales, es un país muy receptivo con la inmigración y conoce el conflicto desde los dos lados. Al final la inmigración no empieza en la patera o en la valla, sino en el país de origen. Incluso los movimientos más cercanos al racismo no se atreven a ser abiertamente transparente sobre lo que piensan porque saben que no es popular aquí. Hay asociaciones de voluntarios que hacen un gran esfuerzo que me hace sentirme orgulloso de este país.

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