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En mayo de 1949 el Corriere della Sera hizo una apuesta original: mandar a Dino Buzzati a cubrir el Giro. El escritor envió al periódico una crónica diaria sobre las vicisitudes de cada etapa. El objetivo no era que entrase en análisis técnicos, pues como él mismo reconoce de entrada no tenía apenas idea de ciclismo, un deporte que, sin embargo, ya levantaba pasiones masivas en Italia. Como poeta y novelista, su cometido era reflejar la dimensión humana, paisajística y sociológica de la carrera y, dada su querencia por el género fantástico, en alguna ocasión levantar el vuelo de la imaginación y pasar del realismo a la ‘magia’. Tenía sentido una aportación así si tenemos en cuenta que no se empezó a televisar hasta mediados de los 50. El conjunto de piezas, por otro lado, contiene un núcleo argumental muy preciso: el duelo entre un Fausto Coppi en plenitud y un Gino Bartali sobre el que se ciernen las dudas debido a su edad. El suspense adopta aire de western: ¿aguantará el viejo campeón la embestida del joven que parece haber llegado para derrocarle? Las montañas de los Dolomitas y, sobre todo, las de los Alpes lo dilucidarán.

Con esa curiosidad vamos pasando las páginas de la compilación de esas crónicas editada ahora por Gallo Nero. Avanzamos mecidos por el vaivén de registros que propone Buzatti: el popular se alterna con el culturalista, con referencias historiográficas y míticas. De hecho, todo empieza con una sugerente metáfora que un avispado intelectual italiano no podía pasar por alto. La turbamulta de corredores, técnicos, directores, periodistas… se concentra en Génova para viajar en barco hasta Sicilia, en cuya capital se darán las primeras pedaladas. O sea, igual singladura que la realizada por la Expedición de los Mil en 1860, bajo el mando del audaz Garibaldi. Pero en lugar de enfrentarse a las tropas borbónicas este pelotón deberá vérselas con otros enemigos. “Nubes, truenos, polvo, desniveles, sirocos, baches y fatiga”, enumera Buzatti.

Disuasorio, desde luego. Más todavía si tenemos en cuenta algunos datos inhumanos que me han sorprendido en particular. Veamos… El recorrido estaba dividido en 19 etapas que, tramo a tramo, sumaban en total 4.070 kilómetros. Qué barbaridad. El último Tour, por ejemplo, tenía ‘solo’ 3.484. Uno se queda estupefacto cuando lee que hubo varias etapas que frisaron los 300 kilómetros: Cosenza-Salerno (292), Roma-Pésaro (¡298!). Imagínense el castigo para las piernas de esos hombres, que recorrieron tan descomunales distancias a ritmos de más de 40 kilómetros/hora. Con bicicletas, claro, mucho más pesadas que las de ahora y carreteras en bastante peor estado. Alucino también con la revelación de que había ciclistas que fumaban, como el propio Bartali, hábito que le emparenta con otros emblemáticos deportistas para los que el tabaco no fue un factor limitante en sus logros: Di Stefano, Michael Jordan, Johan Cruyff…

Dino Buzzati

Acaso esa descomunal exigencia física explique dos cuestiones sobre las que repara Buzatti. En un momento dado, repasa los amuletos a los que se aferran distintos corredores: gorras mugrientas, fotografías familiares… Y añade: “Menos imaginativo, uno de ellos se ha metido en el bolsillo del maillot un tubo de anfetaminas, otro una infusión energética elaborada especialmente por el farmacéutico del pueblo”. El doping aflora también en esta regresión al ciclismo de antaño. Constatamos que es un viejo compañero de este deporte, que no termina de quitarse de encima las sospechas sobre sus gestas. También emerge el aburrimiento, muy habitual en las grandes carreras de los últimos años, en las que la mayor parte de las etapas son una mera sucesión de capítulos inanes en los que los favoritos se mimetizan en el pelotón y cualquier aventura que pretenda romper el guion de los equipos más potentes resulta abortada sin piedad. Lo hemos visto en este Tour ganado por Pogacar, sin ir más lejos. Y Buzzati también lo denuncia: el público espera los demarrajes de las dos grandes estrellas pero estas adoptan un perfil anónimo en el seno del grupo y dejan correr los kilómetros, a la espera las montañas.

Y sí: cuando topan con estas, empieza la épica. En los Dolomitas Coppi encarrila su triunfo. Le mete siete minutos a Bartali, que constata por primera vez su flaqueza. Los tifosi de este confían en que haya sido un mal día y que en los Alpes recupere la iniciativa. Es difícil dejar de creer en el hombre que paró la revolución tras el atentado de Togliatti el año anterior: Andreotti admitió que sus victorias en el Tour ‘anestesiaban’ al personal incluso en las encrucijadas históricas más tensas. Pero se equivocan. Coppi se marcha subiendo la Madeleine, amplia diferencia en el Izoard y se acaba merendando los paredones de Sestriere. “Los músculos se le marcaban bajo la piel como crías de serpientes a punto de salir del huevo”, describe gráficamente Buzatti. Al final serán otros 11 minutos los que le aseste a Bartali, que se da cuenta de que con la vejez no sólo va aparejada la debilidad sino también el miedo. Es muy llamativo que Coppi incremente su renta de tiempo particularmente en los descensos de los puertos, bajando a tumba abierta, con la cara untada con una costra de barro mientras su rival contemporiza en las curvas para evitar las caídas.

En cualquier caso, el duelo ha tenido entretenida a la población italiana durante tres semanas. Buzzati insiste una y otra vez en la ilusión y felicidad que irradia el heterogéneo público que, en neorrealista multitud, se agolpa en las calzadas para animar a sus héroes: campesinos, albañiles, frailes, marineros, carabineros, alcaldes, enfermeras, barrenderos y “una miríada inacabable de chiquillos”. Y nos hace pensar en nosotros mismos en esta era Covid, cuando ver que el Tour se ha podido completar nos imprime algo de moral para resistir ante el trauma. La mística del deporte, tan necesaria, tan ejemplarizante, que hace que -cito a Buzzati- “personas cultas y razonables puedan perder la cabeza, excitarse y gritar por un jugador o un ciclista”. ¿Una concesión a la vulgaridad? Tal vez, pero, a juicio de Buzzati, la cosa no es tan simple como parece a simple vista. Él, por ejemplo, acaba enamorado del Giro. “¿Sirve de algo una cosa tan estrafalaria y absurda como dar la vuelta a Italia en bicicleta? Por supuesto que sí: es una de las últimas provincias de la fantasía, un baluarte del romanticismo, que, sitiado por las sórdidas fuerzas del progreso, se niega a darse por vencido”. Ni siquiera ante el virus. A partir de mañana, pedalearemos todos. ¡Viva el Giro!

@alberojeda77



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