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Aurea mediocritas, «el dorado término medio», es la expresión latina con la cual se alude que la virtud —en contraposición a lo en que la filosofía aristotélica se entendía como el vicio, su concepto antagónico— se hallaba en la capacidad de alcanzar la llamada concordia opositorum o el «punto intermedio, entre dos términos opuestos; la justa medida entre dos excesos. Nosotros, tan mediterráneos y aristotélicos, no hemos dudado en adaptar las enseñanzas del filósofo nacido en Estagira a lo que más nos convenía, sobre todo si en ello nos iban cosas tan capitales como el vino. Y así, durante años, mensajes como el de que «una copa de vino durante las comidas es buena, mas allá que para una siesta, para el corazón», han encontrado entre nuestras creencias un suelo fértil en el que arraigar.

Pero no vamos a cargar con toda la culpa. Durante años también multitud de campañas publicitarias (justificadas a su vez en estudios científicos no exentos de posibles conflictos de intereses) han abogado por un consumo responsable, moderado, e incluso diario, de ciertas bebidas alcohólicas, afirmando no solo que no eran perjudiciales para la salud, si no incluso beneficiosas (más allá de la acotada sensación de euforia, bienestar o embriaguez que pueden producirnos el vino, la cerveza o cualquiera de los licores varios con los que mucha gente adereza su día a día).

Sorna aparte, quizá por su componente cultural, el alcohol goza de una gran aceptación social, motivo por el que quizá durante años hemos creído, o querido creer, sobre sus bondades; forjándose mitos como el mencionado unas líneas atrás. Ahora, sin embargo, los científicos han echado un jarro de agua fría sobre estas supuestas afables propiedades. En una exhaustiva revisión científica publicada en la Revista Española de Salud Pública han constatado que, muy al contrario que a muchos les gustaría creer, no existen evidencias de que el consumo de bebidas alcohólicas pueda tener una relación positiva directa en la salud de las personas o repercutir en una disminución del riesgo de padecer cualquier enfermedad. Dicho de otro modo, que tratándose del bebercio, no hay Aurea mediocritas, Concordia opositurum, ni tal y como se desprende del propio estudio, en el que se evaluó el papel del alcohol en la alimentación, dieta mediterránea que valga.

El estudio también ha analizado la posible incidencia del alcohol en torno al cáncer, las enfermedades cardiometabólicas y las enfermedades degenerativas.

Además del papel del alcohol en la dieta, el estudio titulado Tipos de bebidas alcohólicas y efectos diferenciados en la salud: una revisión de estudios observacionales, liderado por el investigador Iñaki Galán Labaca, del Centro Nacional de Epidemiología -CNE- del Instituto de Salud Carlos III -ISCIII- y en que se han revisado más de 26 estudios publicados entre los años 2000 y 2019 en Pub Med, una de las mayores plataformas del mundo respecto a lo que la literatura biomédica se refiere, también ha analizado la posible incidencia del alcohol en torno al cáncer, las enfermedades cardiometabólicas y las enfermedades degenerativas.

A estos pareceres, pese que los datos de las múltiples investigaciones abordadas fueron heterogéneos, y pese a la imposibilidad en muchos casos de extraer datos diferenciales entre los distintos tipos de bebidas alcohólicas (vino, cerveza, licores…etc), la conclusión mayúscula del estudio es que en ningún caso existe un consumo seguro de alcohol. Se trata de una postura que probablemente se encuentre con el fuerte escepticismo por parte de más de un querido lector. Sin embargo, quizá es buen momento para recordar que no hace demasiado tiempo, tan solo unas décadas, los médicos recibían a los pacientes fumando en sus consultas o les recomendaban el consumo de tabaco para el tratamiento de la tos.

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