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Hoy en día, la ciencia se ha convertido en la esperanza principal de la humanidad para hacer frente a los estragos de la pandemia por Covid-19. Dicha creencia se basa en los aportes que ha realizado la ciencia, la tecnología y la innovación frente al virus en, por ejemplo: a) comprender la enfermedad y sus efectos en la población; b) investigación, experimentación y producción de vacunas o medicamentos; y c) desarrollo de plataformas digitales para salud, trabajo a distancia, educación en línea, comercio o negocios, comunicaciones, entre otros rubros.

Pero si bien la ciencia y la tecnología son la clave para enfrentar los desafíos en la salud y la recuperación económica, durante la pandemia se evidenció las asimetrías y desigualdades estructurales entre los países desarrollados y los países en desarrollo en esta materia. Por lo anterior, resulta importante preguntarse ¿cuáles son las posibilidades científico-tecnológicas de que los países en desarrollo como México, enfrenten los desafíos en salud y los económico-productivos que la pandemia provoca?

Para responder esta pregunta se requiere reconocer, en primer lugar, la situación que comparten los países en desarrollo con respecto a los países ricos, la cual es de una brecha científica-tecnológica, y que se manifiesta en: a) dependencia tecnológica, en el sentido de que las principales novedades e innovaciones proceden del exterior; b) insuficiencia tecnológica, referida a la falta de infraestructura y conectividad; c) de conocimiento, vinculada a la carencia de capacidades, habilidades y saberes; d) de información, donde se puede reconocer un sector de la población informado con acceso pleno y otro desinformado con acceso limitado; e) económica, por la insuficiente inversión y presupuesto para fomentar la investigación y desarrollo científico y, f) de participación, lo cual significa que las novedades tecnológicas no se puedan emplear ni distribuir equitativamente.

Una última consideración es que dicha brecha tecnológica se agudizó en las últimas décadas debido a la monopolización del sector tecnológico mundial, el cual ha provocado una mayor concentración y centralización del conocimiento en unas cuentas empresas transnacionales privadas y países ricos. Por ejemplo, en el caso del sector tecnológico-farmacéutico mundial conocido como “Big Pharma”, se perciben 26 grupos monopólicos, de los cuales 15 conglomerados del sector son estadounidenses, es decir, el 60%; el resto proceden de Alemania, Suiza, Gran Bretaña, Francia, Irlanda, Japón y China.

En este sentido, el predominio de las empresas estadounidenses, entre otras, refleja el enorme reto para los países en desarrollo de allegarse de los beneficios de la ciencia y la tecnología para enfrentar la pandemia (medicamentos, insumos y equipos médicos) sin tener que recurrir a dichas naciones y sus empresas farmacéuticas, las cuales operan mediante un esquema privado-cerrado de distribución de los beneficios de su ciencia, por medio del pago de patentes.

Ante tal situación, se vuelve pertinente recordar la reflexión hecha por un gran científico como lo fue Stephen Hawking, en torno a la paradoja de la distribución de los beneficios de la ciencia y la tecnología en la humanidad:

“Si la tecnología produce todo lo que necesitamos, el resultado dependerá entonces de cómo se distribuyan las cosas. Por lo tanto, todo el mundo podría disfrutar de una vida cómoda si el beneficio producido por la tecnología es compartido o, por el contrario, la mayoría de la gente podría acabar excluida si los propietarios de la tecnología presionan en contra de la redistribución de los beneficios. Hasta ahora, la tendencia parece ser la segunda opción, con una tecnología que conduce a una desigualdad mayor”

(Reddit Science, 2015)

Esta paradoja, en la actualidad, se agrava por la profundización de una tendencia política cuyo objetivo es que los países desarrollados (principalmente Estados Unidos, Europa y Asia) recuperen su hegemonía mediante el control de los procesos tecnológicos, hoy ligados a la pandemia.

Ante este escenario complejo, las posibilidades científico-tecnológicas de que los países en desarrollo como México enfrenten, sobre todo a corto plazo, los impactos de la pandemia en materia de salud y económico-productivo, dependen en gran medida de los avances e intereses tecno-económicos de estos países y sus empresas.

Por ello, es urgente que los países subordinados implementen una estrategia que refuerce el desarrollo de capacidades científicas y tecnológicas bajo un proceso de innovación propio y abierto, de carácter horizontal; es decir, que esté basado en interacciones y/o redes colaborativas donde los múltiples actores compartan su conocimiento de forma abierta, transparente, con autogestión y retroalimentación en pro del desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación.

Lo anterior requerirá que la gobernanza científica-tecnológica no sea encabezada por el mercado corporativizado, como hasta ahora ha sucedido, sino mediante una mayor vinculación entre gobierno, empresa y academia; así como de la sociedad y el medioambiente (enfoque conocido como penta-hélice), y que considere a la ciencia, la tecnología e innovación como un bien público ligado a resolver las necesidades reales de los países y su población.

Dicha estrategia deberá estar enlazada con un proyecto de desarrollo económico nacional que reduzca las profundas desigualdades económico-sociales que impiden la distribución equitativa en la población de los beneficios de la ciencia como se señaló anteriormente.

En suma, el mundo pos-coronavirus exige que los países en desarrollo, como el nuestro, transiten hacia una mayor economía y sociedad del conocimiento de carácter abierta y pública, con la cual se podrán enfrentar graves retos como el actual, en el futuro.

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