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El cantante C. Tangana.

El cantante C. Tangana.
RICARDO RUBIO/EUROPA PRESS

El madrileño es el disco de un inconformista. Tiene parte de rebelión, de reivindicación. Es el de un muy ambicioso chaval de Madrid que, una vez conocido el éxito, decidió buscar el respeto de varias generaciones después de lograr convertirse en ídolo de la suya. Preguntándose cómo, hacia dónde apuntar, C. Tangana llegó a la tradición, a lo más cercano. Y revisarla con una pata en la modernidad. Antón Álvarez emprende en El madrileño un viaje cultural —del pueblo, a la gran ciudad y de esta, al mundo— que narra a partir de un minucioso trabajo que, más allá de conseguir el aplauso juntándose con grandes nombres de diferentes latitudes, tiene un punto de arqueología de la música popular. Una cuidada antología del folklore y el pop patrio y latinoamericano.

Reúne pasado e incorpora vanguardia a pesar de que, a veces, choquen, como, por ejemplo, con algunos mensajes. La introspección es mucho más profunda en lo estilístico. El madrileño tiene un inicio arrollador que tan solo podría perder fuerza por conocido. Las sobresalientes cuatro primeras canciones (Demasiadas mujeres, Tú me dejaste de querer, Comerte entera y Nunca estoy) habían salido como adelantos. Una inauguración con pasos de Semana Santa, bachata y rumba, bossa nova (con Toquinho) y una preciosa canción con aplauso al pop español de finales de los 90 con versos de Alejandro Sanz y Rosario Flores. Todo pasado por un filtro contemporáneo (con la mano de Alizzz y Víctor Martínez). Por ahí pasan a lo largo del disco tangos, corridos…

C. Tangana sostiene durante el álbum su papel más vulnerable, aunque por momentos al disco le sobre virilidad. Una identidad e imagen —la del prototípico hombre heterosexual español— reforzada también por el imaginario visual creado para El madrileño y algunas colaboraciones. No es el caso de Párteme la cara, una de las más destacables y sensibles canciones (con lambos y porches por ahí) junto al mexicano Ed Maverick. El disco vuelve a sonar a placita con Ingobernable, una pasional rumba con los Gipsy Kings en la que C. Tangana galopa cómodo. Tardan —demasiado— en volver a aparecer las palmas.

A partir de aquí el viaje es más irregular. Los últimos dos singles, Nominao (con Jorge Drexler) y Hong Kong (Andrés Calamaro), crean turbulencias. Este último es un rock trasnochado y testosterónico prescindible. Pero en el cierre del disco (Muriendo de envidia, Cambia!, Cuándo olvidaré…), C. Tangana se acopla al folklore lationamericano, y crea buenas sintonías que no le hacen parecer en absoluto un turista. En el cierre hay un buen resumen del encuentro generacional que supone desde la óptica española: C. Tangana y Kiko Veneno en Los tontos. Una perfecta conexión. El madrileño es arriesgado, laborioso, mimado y más que notable y que sitúa a C. Tangana justo donde quería.

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