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Homo heidelbergensis, cráneo de Atapuerca 5, datado hace unos 500,000-400,000 años.

Normalmente, cuando empieza el verano, durante 45 días, decenas de arqueólogos, antropólogos y paleontólogos de todo el mundo se acercan hasta la prominencia cárstica situada junto al río Arlanzón para llegar más allá en el conocimiento de nuestra especie y los antepasados que poblaron la sierra ininterrumpidamente durante al menos 800.000 años. Este año, esos 45 días se han reducido a solo 25 por motivos de seguridad sanitaria, de modo que algunos de los fósiles que esperaban asombrar al mundo cuando fueran desenterrados, permanecerán ocultos en el mismo lugar en el que llevan cientos de miles de años. Todas esas cápsulas del tiempo que cada año permiten a los científicos conocer mejor la evolución humana, tendrán que esperar al año que viene para ser descubiertas.

Pero no sólo el tiempo de excavación in situ se verá reducido. Por culpa del coronavirus, y a pesar de que algunos yacimientos como la Gran dolina o la Cueva Fantasma son abiertos al exterior, por motivos de seguridad se ha reducido la cantidad de científicos en su interior. O lo que es lo mismo, se ha pasado de unas 250 personas excavando, a la cuarta parte. A nivel científico el golpe es enorme: de cada cuatro investigadores que hubieran ido a Burgos este verano, sólo lo ha podido hacer uno. Y lo más grave es el impacto que tendrá esta disminución en el futuro, pues de lo que se extrae en campaña en un mes y medio, sale trabajo capaz de ocupar los laboratorios durante los otros diez meses y medio que tiene el año. Y por tanto, también es previsible que se reduzca notablemente la cantidad de estudios y publicaciones científicas durante 2020.

Eudald Carbonell en primer plano junto a Juan Luis Arsuaga durante la rueda de prensa celebrada a principios de julio.

Eudald Carbonell en primer plano junto a Juan Luis Arsuaga durante la rueda de prensa celebrada a principios de julio.


Foto: Susana Santamaría / Fundación Atapuerca

La importancia de Atapuerca

La Sierra de Atapuerca es una auténtica joya dentro del mundo de la arqueología y la antropología gracias a las condiciones singulares en las que se formó y que permitió «esconder» miles de restos esenciales para entender la evolución humana. Durante los últimos 3 millones de años se han ha ido anegando de sedimentos las diferentes cavidades del macizo y, a medida que se estudia la intrincada red de galerías existentes, van abriéndose nuevas e interesantes vías de investigación. Sin embargo, hasta hace apenas unas decenas de años, esta sierra no tenía interés científico.

Todo nació de una serendipia. La casualidad quiso que la voladura a finales del siglo XIX para el paso de un tren de mercancías dejara al descubierto la posteriormente denominada Trinchera del Ferrocarril. Un primer hallazgo que fue la punta del iceberg de uno de los yacimientos más importante del mundo.

Una voladura a finales del siglo XIX para el paso de un tren de mercancías dejó de casualidad al descubierto la famosa Trinchera del Ferrocarril.

Una casualidad que ofrecerá este año trabajo directamente a alrededor de 60 personas que están trabajando bajo las órdenes de los tres co-directores, La mayoría de ellos provienen de los centros de investigación incluidos en el Proyecto Atapuerca y han dividido sus esfuerzos entre los yacimientos de la Sima del Elefante, la Gran Dolina (que este año ha visto reforzada su cubierta) y Cueva Fantasma, así como en los de la Sima de los Huesos y la Galería de las Estatuas de la Cueva Mayor.

Los trabajos in situ en los yacimientos

Mientras llega la nueva normalidad, o mejor dicho, la antigua normalidad, el equipo de la Fundación Atapuerca sigue avanzando a nivel administrativo -por ejemplo- en el estudio de un proyecto de cubierta para otro de los yacimientos más recientes: El Penal; pero no solo eso, también se han realizado planes de prevención, protocolos sanitarios y de riesgos laborales, incluso una serie de ejercicios para prevenir lesiones musculares que pudieran devenir de malas posturas durante los trabajos de excavación, así como las labores habituales desarrolladas en años anteriores en cuestión de logística, comunicación y divulgación.

Desde los inicios del ambicioso proyecto, se ha avanzado paso a paso para tratar de descifrar qué ocurría en Atapuerca durante aquellos momentos en los que los diferentes homínidos a lo largo de la Prehistoria oteaban la explanada entre el río Arlanzón y el río Pico desde el mirador, observando posibles presas con las que alimentarse. El acceso a la Trinchera del Ferrocarril marca hoy la relación entre la parte alta y la parte baja de la sierra. En lo puramente técnico, pero sin profundizar en exceso, podría decirse que la Sima del Elefante (primera que encuentra el visitante) tiene como objetivos principales para este año continuar la excavación en extensión -no en profundidad- del nivel 7, con la esperanza de encontrar restos de fauna que permitan a los expertos entender mejor el yacimiento estratigráficamente y continuar con el sondeo de 2 m2 que se inició en 2018 con el fin de localizar la base de la cavidad, ya que el año pasado el ritmo se vio ralentizado por la aparición de abundantes fósiles durante el proceso.

Unos metros más al fondo, avanzando entre las paredes de la enorme trinchera se encuentra la Gran Dolina, los trabajos en el yacimiento en el que se encontraron los restos aquel niño de 11 años que resultó ser la constatación de una nueva especie (Homo antecessor), tratarán también de detallar la relación entre los sedimentos visibles de diferentes niveles cuya única referencia de identificación ha sido la propia Trinchera del Ferrocarril, a partir de ahí, habrán de excavarse los diferentes paquetes para contrastar su contenido arqueo-paleontológico y su relación con los estratos subyacentes. Y, sobre la secuencia de ocupación humana en el yacimiento, está planteado el objetivo de recavar la mayor cantidad de datos empíricos posibles tanto sobre las ocupaciones ya documentadas de hace 900.000 años como las del periodo Achelense hace 400.000 años constatadas en niveles más superficiales. Además de eso, seguirá trabajándose como desde el año 1996 en la sección del emplazamiento correspondiente al Pleistoceno medio.

Exterior de la Galería de las Estatutas con Juan Luis Arsuaga en primer plano.

Exterior de la Galería de las Estatutas con Juan Luis Arsuaga en primer plano.


Foto: Susana Santamaría / Fundación Atapuerca

La Cueva Fantasma, un diamante en bruto

A un pequeño paseo desde el andamiaje de la zona superior de Gran Dolina, se abrió hace un par de años un gigantesco diamante en bruto: la Cueva Fantasma. Una estancia enorme en la que ya el año pasado se ejecutó la colocación del aparataje y la cubierta para poder acceder a las partes más altas de manera segura. Un lugar del que Eudald Carbonell dijo en una ocasión que daría trabajo a los arqueólogos de los próximos 500 años. Con sedimentos de 2-3 millones de años en su base, se definieron dos zonas de excavación: el sector de entrada a Cueva Fantasma y el sector de la Sala Fantasma. En el primero de ellos seguirá llevándose a cabo el sondeo estratigráfico que ayude a determinar la profundidad de la cavidad y la cantidad de niveles a explorar en el futuro. En el segundo de ellos seguirá el trabajo en extensión y deberán ir retirándose asimismo los restos de escombros de la cantera pendientes de limpiar en 2019. Otro de los grupos de trabajo se centrará en la parte occidental del yacimiento, ya que para poder establecer correlaciones estratigráficas entre ambos sectores es fundamental perfilar la zona.

La parte más delicada de la sierra, la Cueva Mayor (con su Sima de los Huesos y su Galería de las Estatuas) verá este año intervenciones más someras, cuyo único objetivo será solucionar los problemas de ámbito geológico y cronológico que tengan relación con los artículos ya en curso sobre los dos yacimientos. El grueso de los recursos se invertirán en la Galería de las Estatuas Exterior, con el fin de sacar a la luz los restos neandertales, cuya existencia han constatado las excavaciónes realizadas los últimos años en la Galería de las Estatuas Interior.

La conclusión de esta campaña de excavaciones podría ser que, a pesar de que los objetivos de trabajo sean los mismos, las condiciones no lo son, y sin embargo en la Fundación Atapuerca han sabido adecuar los yacimientos para permitir el trabajo científico de manera segura ante la amenaza del Covid-19. En ocasiones el trabajo bien hecho requiere de una mayor inversión de tiempo. Como aquellos primeros homínidos que tuvieron que ir pensando despacio para acabar andando cada vez más deprisa. La antropología también es paciencia.

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